jueves, 16 de abril de 2009

Paz y bien


Paz y bien. Por Francisco Castro Miramontes, franciscano

En la majestuosa, papal e imperial Roma, de artísticas e históricas resonancias, se yergue hoy un monumento de bronce en recuerdo de un grupo de hombres que, hace ahora, en este mes de abril-, ochocientos años, se presentaron ante el Papa reinante en aquel entonces (Inocencio III, año 1209) con la finalidad de que fuese él quien decidiese si se podía vivir el Evangelio con radicalidad, "sine glosa".

Hoy conocemos los nombres de algunos de aquellos mendigos provenientes de la ciudad de Asís, en la Italia central, profundamente bella y cuyos cimientos, de vez en cuando, se tambalean provocando sufrimiento (me entristece hoy pensar en cuánta desolación de vive en la región de los Abruzaos). Entre esos nombres destaca uno de ellos, que se ha inscrito en el libro de la historia de la Humanidad, pasando así a la posteridad: Francisco de Asís.

Él no buscaba honores ni reconocimientos, por eso seguro que no se siente a gusto con el imponente monumento que la ciudad de Roma le ha erigido justo delante de la basílica de San Juan de Letrán, en la que, en aquel entonces, habitaba el romano pontífice. Posiblemente tampoco está feliz de verse perpetuado en la granítica piedra de Galicia, en el emergente monumento esculpido por Asorey a la memoria del "Poverello" de Asís, ante el convento y la iglesia compostelanos de homónimo nombre, iniciado en el año 1926, precisamente para conmemorar los setecientos años del nacimiento de este hombre que ha lacrado con el signo del amor la Historia de la Humanidad.

Un enamorado de la vida

Hoy le recordamos como el santo del amor y de la paz, un loco enamorado de la vida y de la naturaleza, hermano universal que ensayó la fórmula de la fraternidad como camino de salvación para la Humanidad, esta Humanidad herida de orgullo y egoísmo, por momentos, prepotente y opresora. Bien visto, los tiempos han cambiado, pero no los corazones de las personas que siguen siendo, poco más o menos, lo que ya eran en la Edad Media.

Francisco fue el hombre auténticamente renacentista, plasmado pictóricamente en los frescos de Giotto, precursor de esta tendencia del arte italiano y universal, porque él (Francisco) fue un genial arquitecto, pintor, escultor y poeta? de su propia vida. Y toda persona lo es, en cierto modo, de su propia vida.

Hoy el mayor monumento que le honra es el de la paz y el bien que él mismo experimentó y transmitió a fuerza de humildad. Ochocientos años son una oportunidad para volver a las raíces del franciscanismo: concebir a Dios como amor, porque en el Amor la Humanidad misma confluye, se aúna, confraterniza. En el amor, creyentes y no creyentes, participamos de una misma esencia. Te deseo "paz y bien" (que buena falta nos hacen).

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