miércoles, 18 de noviembre de 2009

De la PARED al CORAZÓN

Según sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la presencia de crucifijos en las aulas escolares es "una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones" y de "la libertad de religión de los alumnos".
He de suponer que, por esa sentencia de tan alto Tribunal, los crucifijos violadores habrán de ser retirados de las aulas escolares.
Conocí a un niño que, cuando el corazón se lo pedía, descolgaba de la pared del cuarto familiar el crucifijo de cartón piedra y madera, y lo llevaba ‘a cuestas’ por la casa, tal vez por imitar lo que aquel crucificado había hecho, tal vez por ayudarle a llevar una cruz demasiado grande para hombre tan pequeño. En todo caso, por sentencia emanada en el tribunal de aquel niño, el crucifijo era retirado de su lugar en la pared, condenado por amor a ser cargado sobre las espaldas todopoderosas de la compasión infantil.
Un creyente nunca deja crucifijos en las paredes. Los baja desde la efigie yerta a la carne viva, desde el cartón piedra al propio cuerpo, porque es en la vida real donde Cristo anda crucificado, y es en los pobres donde lo encontramos herido.
Lo demás, expulsar crucifijos de las escuelas, me parece sólo un intento nuevo de sellar en la clandestinidad, como en un sepulcro, la memoria del amor que Dios nos tiene. ¡No hay albañil ni soldado ni juez que pueda hacerlo!
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Táng

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