lunes, 4 de febrero de 2008

O noso Bispo escribe con motivo da Coresma



Sentido cristiano de la limosna

Escrito con motivo de la Cuarema 2008


Queridos diocesanos:

El Papa Benedicto XVI ha escogido la limosna como tema para la Cuaresma del 2008. Con sus mismas palabras en muchas ocasiones lo único que pretendo es ayudaros a profundizar en su Mensaje cuaresmal. Pero entre nosotros, la limosna goza de muy mala prensa. Pensamos que es dar de lo que nos sobra –si no es de lo que nos hemos apropiado injustamente- para callar nuestra conciencia. Parece que fuera imposible practicar la limosna sin hacerlo desde el orgullo y la prepotencia. Con la limosna –afirman algunos convencidos- no se arreglan las desigualdades entre personas y países de la tierra, sino que se perpetúan. ¿No pretendemos dar como regalo lo que debemos en justicia?

El ayuno, la oración y la limosna forman un todo, no se pueden separar. Para penetrar en el sentido cristiano de la limosna hemos de partir de que la limosna contribuye, junto con el ayuno y la oración, a formar en nosotros el ‘hombre nuevo’ según Cristo Jesús al que nos acercamos cada Pascua. Enseña S. Pedro Crisólogo: "Estas tres cosas, oración, ayuno y misericordia, son una sola cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. El que tiene solamente una y no tiene las tres juntas, no tiene nada. Por eso quien ora, ayune. Quien ayuna, tenga misericordia [...] El ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecunda: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno" (Sermón 43: PL.52, 320, 322).

La práctica de la limosna ha de reunir una serie de características si quiere ser verdaderamente cristiana:

1. La limosna es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad. El Evangelio nos enseña que no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino sólo administradores. No debemos, por tanto, considerarlos una propiedad exclusiva. Es clara la amonestación de Jesús a los que poseen riquezas terrenas y las utilizan sólo para sí mismos. Frente a muchedumbres que carecen de todo, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1 Jn 3,17). Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.

2. La limosna nos libra de caer en la tentación de idolatrar las riquezas de este mundo. Las riquezas materiales ejercen sobre nosotros una especie de seducción, que –si nos dejamos llevar por ella- llegamos inevitablemente a idolatrarlas. Jesús plantea las cosas en términos excluyentes: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13).

3. La limosna cristiana ha de hacerse en secreto. "Que no vea tu mano izquierda lo que hace la derecha", dice Jesús, "así tu limosna quedará en secreto" (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa de los cielos (cf Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo contribuya a mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: "Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra. Que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la Gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la óptica evangélica.

4. La limosna evangélica no es filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente..¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de sostén al prójimo necesitado? Sirve bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que "Dios ve en lo secreto" y en el secreto recompensará, no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.

5. La práctica de la limosna nos permite experimentar que –como dice la Escritura- hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). En este momento somos invitados a considerar la limosna con una Mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material. Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf 2 Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.

Y hay más: San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. "La caridad -escribe- cubre multitud de pecados" (1 Pe 4,8). Como a menudo repite la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece, a los pecadores, la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir este don. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.

6. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: "Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo" (Detti e pensieri, Edilibri, nº 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo "todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da la que posee sino lo que es. Toda su persona. Siguiendo el ejemplo de Cristo podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total. Imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.

7. La limosna nos ayuda a crecer en caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el Apóstol San Pedro dijo al hombre tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: "No tengo plata ni oro: pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar" (Hch 3,6). Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera.

Espero que estas reflexiones nos ayuden a ejercitar la práctica cristiana de la limosna. Nos puede resultar muy saludable.

De corazón os bendigo,

+ Manuel Sánchez Monge,

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

No hay comentarios: