Semana Santa (artigo de Moncho Pernas na Voz de Galicia)
 foto: Voz de Galicia: Pepa Losada
foto: Voz de Galicia: Pepa LosadaSemana de Pasión 
 Antes de  convertirnos en un país laico, la Semana Santa era una de las  tradiciones vividas con más intensidad y con mayor sentimiento piadoso  del calendario anual.
Existe, pese a todo, un  profundo arraigo entre lo folclórico y la fe popular que hace que los  días grandes de la semana de Pasión se conmemoren con desigual  intensidad en muchos lugares de España. En Viveiro, donde nací, los  costaleros se llaman llevadores, y los tronos, pasos, las andas son  arquetas y los santos que desfilan y procesionan son como vecinos,  viejos y muy queridos amigos. Algunos vienen de lejos, los franciscanos  los trajeron hace varios siglos a Viveiro, y al día de hoy, me sigo  conmoviendo cuando en la mañana temprana del Viernes Santo, las imágenes  articuladas del Encuentro, un genuino auto sacramental, escenifican la  subida al Gólgota. Cuando el Hijo del Hombre, cargado con una pesada  cruz, cae abatido al suelo, mientras un predicador narra con voz  tronante la secuencia, yo vuelvo a mis orígenes y reactualizo las  enseñanzas de mis mayores.
Es en la noche cuando  por el malecón procesionan las grandes imágenes y la cruz es un mástil  del barco de la historia sagrada, aquella que aprendimos cuando fuimos  chavales, y la brisa que se asoma desde la mar hace ondear como banderas  de libertad enseñas y estandartes.
Todo el  pueblo, mi pueblo, es un hombro colectivo debajo de los pasos,  desfilando con sayones, formando parte de las bandas de tambores y  trompetas, movilizado en torno a su semana grande que todas las  primaveras hace estación de penitencia en este lugar en donde el mundo  se llama Viveiro.
Quienes solo busquen en las  procesiones un espectáculo del folclore sagrado, se equivocan. Cuando  pasa la Virgen, los espectadores tienen un segundo reflexivo que los  traslada a un lugar remoto de su corazón donde anidan las emociones  primeras, el dolor y la alegría, los viejos recorridos y aquel olor a  cera y azahar que ponía las luces de abril desplegadas en el firmamento  de la memoria.
Semana de pasión y compasión. Un  momento de piedad por la desgracia ajena, metáfora de todos los días, la  muerte y la tragedia, la enfermedad y la guerra, el hambre y la  infamia. Parábola de un destino que nace con la resurrección cuando el  domingo se viste de gloria, y los santos se guardan hasta dentro de doce  meses.
Mi sentimiento de pertenencia a un lugar, a  una tierra, a un pueblo, a una cultura, me hace reivindicar la Pasión  según Viveiro, y mientras escribo contemplo al rapaz que he sido, y la  nostalgia hace que se empañe mi mirada.
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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