lunes, 18 de abril de 2011

Semana Santa (artigo de Moncho Pernas na Voz de Galicia)

foto: Voz de Galicia: Pepa Losada

Semana de Pasión

Antes de convertirnos en un país laico, la Semana Santa era una de las tradiciones vividas con más intensidad y con mayor sentimiento piadoso del calendario anual.

Existe, pese a todo, un profundo arraigo entre lo folclórico y la fe popular que hace que los días grandes de la semana de Pasión se conmemoren con desigual intensidad en muchos lugares de España. En Viveiro, donde nací, los costaleros se llaman llevadores, y los tronos, pasos, las andas son arquetas y los santos que desfilan y procesionan son como vecinos, viejos y muy queridos amigos. Algunos vienen de lejos, los franciscanos los trajeron hace varios siglos a Viveiro, y al día de hoy, me sigo conmoviendo cuando en la mañana temprana del Viernes Santo, las imágenes articuladas del Encuentro, un genuino auto sacramental, escenifican la subida al Gólgota. Cuando el Hijo del Hombre, cargado con una pesada cruz, cae abatido al suelo, mientras un predicador narra con voz tronante la secuencia, yo vuelvo a mis orígenes y reactualizo las enseñanzas de mis mayores.

Es en la noche cuando por el malecón procesionan las grandes imágenes y la cruz es un mástil del barco de la historia sagrada, aquella que aprendimos cuando fuimos chavales, y la brisa que se asoma desde la mar hace ondear como banderas de libertad enseñas y estandartes.

Todo el pueblo, mi pueblo, es un hombro colectivo debajo de los pasos, desfilando con sayones, formando parte de las bandas de tambores y trompetas, movilizado en torno a su semana grande que todas las primaveras hace estación de penitencia en este lugar en donde el mundo se llama Viveiro.

Quienes solo busquen en las procesiones un espectáculo del folclore sagrado, se equivocan. Cuando pasa la Virgen, los espectadores tienen un segundo reflexivo que los traslada a un lugar remoto de su corazón donde anidan las emociones primeras, el dolor y la alegría, los viejos recorridos y aquel olor a cera y azahar que ponía las luces de abril desplegadas en el firmamento de la memoria.

Semana de pasión y compasión. Un momento de piedad por la desgracia ajena, metáfora de todos los días, la muerte y la tragedia, la enfermedad y la guerra, el hambre y la infamia. Parábola de un destino que nace con la resurrección cuando el domingo se viste de gloria, y los santos se guardan hasta dentro de doce meses.

Mi sentimiento de pertenencia a un lugar, a una tierra, a un pueblo, a una cultura, me hace reivindicar la Pasión según Viveiro, y mientras escribo contemplo al rapaz que he sido, y la nostalgia hace que se empañe mi mirada.

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