sábado, 31 de mayo de 2008

Homilia Santiago Agrelo Martínez - Arzobispo de Tanger

Edifica sobre roca quien adifica sobre Cristo.
IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Queridos: La liturgia dominical vuelve a la sobriedad de expresiones que es propia del llamado Tiempo Ordinario; pero no mengua con ello la realidad del sacramento, que es siempre Cristo y su misterio, Dios y su palabra, la luz y la vida, la gracia, la libertad, la salvación.

Nuestra celebración se abre hoy con una súplica, yo diría que se ha abierto con un grito, el grito de un pobre que reclama la atención de Dios: “Mírame, ¡oh Dios!, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. Mira mis trabajos y mis penas, y perdona todos mis pecados, Dios mío”.

Soledad, aflicción, trabajos, penas y pecados son peso insoportable para las espaldas de un hombre, y son escándalo permanente para la fe del creyente.

Si no te sientes solo y afligido, cansado y agotado, si no te sientes pecador, tampoco sentirás necesidad de decirle a Dios: “Mírame y ten piedad de mí; mira y perdona”.

Por un momento he pensado en Job: “Satanás hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla. Job cogió una tejuela para rasparse con ella, sentado en tierra entre la basura”. Su soledad y su aflicción eran tan grandes que su grito se quedó en puro silencio: “Cuando sus amigos lo vieron a distancia, no lo reconocían, y rompieron a llorar; se rasgaron el manto, echaron polvo sobre la cabeza y hacia el cielo, y se quedaron con él, sentados en el suelo, siete días con sus noches, sin decirle una palabra, viendo lo atroz de su sufrimiento”.

Luego escuché las palabras del libro de Judit: “Recordad cómo fueron probados vuestros padres para ver si verdaderamente servían a Dios. Recordad cómo fue probado Abrahán, nuestro padre; purificado por muchas tribulaciones, llegó a ser amigo de Dios. Del mismo modo, Isaac, Jacob, Moisés y todos los que agradaron a Dios, le permanecieron fieles en medio de muchos padecimientos”. Tal vez en la historia de cada creyente, en la historia de Abrahán, de Isaac, de Jacob, de Moisés, de Job, está representada la historia de todo el pueblo de Dios. Puede que el grito del salmista sea en realidad el grito de todos los creyentes ante su Dios. Seguramente que el silencio de Job es el silencio de todos aquellos que, arrojados desde la vida a la basura, no tienen siquiera fuerzas para gritar.

Si no oyes el grito de la sangre de Abel, que clama al cielo desde la tierra donde todavía hoy es derramada; si no oyes el grito de Jesús de Nazaret que interpela al Padre desde la cruz en la que todavía hoy es crucificado, no podrás decir con verdad a tu Dios: “Mírame y ten piedad de mí; mira y perdona”; y tampoco sabrás lo que significan aquellas palabras del evangelio: “Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa”, aunque sea esto lo que siempre termina por suceder en la vida de los hombres. Cada vida es una casa, y sobre cada casa ha de descargar un día la fuerza del viento y del agua. ¡También sobre mi casa!

La palabra del evangelio me recuerda que hay casas que no se hunden, y casas que se hunden totalmente. El que escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica, ése es el hombre prudente que edifica su casa sobre roca: ¡La casa no se hundirá! El que escucha las palabras de Jesús y no las pone en práctica, ése es el necio que edifica sobre arena: ¡Su casa se hundirá!

Ya sabes qué representa el ímpetu del viento y la fuerza del río. Si lo dices con palabras del salmista, agua y viento representan tu soledad y aflicción, tus trabajos y penas y pecados. Si lo dices con palabras tuyas, las encontrarás abundantes y tal vez únicas en el diccionario de tu vida, en tu experiencia de fe, en tu historia personal; y las encontrarás, puede que repetidas, puede que nuevas, en la historia de la Iglesia, en la vida de tu comunidad, en la experiencia de todos los pobres.

Pero has de saber también qué significa levantar el edificio de la propia vida sobre roca o sobre arena, ser prudente o ser necio, mantenerte en pie o propiciar tu ruina, escoger para ti la bendición o la maldición, la vida o la muerte.

No puedo decírtelo con palabras mías, pues tampoco me pertenecen la bendición o la maldición, la vida o la muerte. Te lo diré con palabras de la revelación: Entra en el camino de la vida el que guarda en el corazón y en el alma las palabras de la Ley divina, escoge la bendición el que escucha los preceptos del Señor su Dios, edifica sobre roca el que escucha y pone en práctica las palabras de Jesús.

Entra en el camino de la vida el que hace del Señor la roca de su refugio, el baluarte de su salvación. Escogen la bendición todos los que esperan en el Señor. Edifican sobre roca todos los que se acogen al Señor.

En realidad, no hay vida sin palabra de Dios, no hay bendición sin gracia de Dios, no hay casa que se mantenga firme si no está levantada sobre el fundamento sólido que es Cristo Jesús.

Por eso cada domingo clamamos y creemos, escuchamos la palabra de Dios y comulgamos con Cristo, somos probados y nos afianzamos sobre la roca que es Cristo, invocamos y somos escuchados, pues aquel a quien pedimos es el mismo que pide con nosotros.

Cristo Jesús, Palabra encarnada, Palabra que hoy escuchamos y comulgamos, es propuesta de Dios al clamor de los pobres. Yo digo: ponme a salvo; y Dios se hace mi salvador en Cristo. Yo digo: líbrame; y Dios me da la libertad en Cristo. Yo digo: haz brillar tu rostro sobre tu siervo; y Dios, en Cristo Jesús, se hace luz que me ilumina, mirada que me acoge, palabra que me guía y me bendice. Hoy le digo al Señor: “yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes”; y él me ofrece una comunión inefable con su Hijo Jesucristo.

Hoy nosotros, los que clamamos, hacemos comunión con el que vive, con Cristo Jesús. Él clama en nosotros; y nosotros vivimos en él.

Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

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