sábado, 5 de enero de 2008

EL SOL Y LAS ESTRELLAS



Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,

porque donde el sol está

no tienen luz las estrellas.
No busquéis la estrella ahora;

que su luz ha oscurecido

Este Sol recién nacido

En esta Virgen Aurora”


Estos versos de Lope de Vega (1562-1635) que recoge la Liturgia de las Horas nos introducen en el espíritu de la fiesta de la Epifanía del Señor. Los Magos llegados del Oriente representan la multitud de los pueblos que, no habiendo conocido la Ley de Moisés, llegan de alguna manera a descubrir al definitivo Profeta que ella anunciaba.

Aunque estuvieran marginados en su propio pueblo de Israel, a los pastores se les anuncia el nacimiento del Mesías por medio de un ángel. Dios se escoge como primeros mensajeros a los que no serían aceptados como testigos en los tribunales humanos.

Aunque gozaran de enorme prestigio en las sociedades orientales, los magos y astrólogos, que escudriñan las señales de los astros, han de solicitar la luz de la profecía. Sólo así lograrán no perderse en el camino que lleva a la fe y la adoración.

LA INTENCIÓN

En el relato evangélico que hoy se proclama (Mt 2,1-12) ocupa la figura de Herodes un papel inolvidable. El texto juega con la ironía. El rey transmite un mensaje, que a primera vista es más que aceptable. Pero el lector percibe la intención de aquel tirano.

- Las palabras son tan atinadas que podrían convertirse en un lema para la moderna evangelización: “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarlo”. La fe llega por la escucha de un anuncio. Y la persona ha de estar dispuesta a oír a los que han gozado de la experiencia de los sagrado. Si la palabra fuera sincera, Herodes serían un santo.

- Pero la voluntad de las personas no se percibe fácilmente por las apariencias. Hará falta que un “oráculo” del cielo advierta a los Magos de las intenciones perversas de Herodes para que decidan cambiar el itinerario de regreso a su país de origen. Los cristianos de todos los tiempos habrán de prestar una cuidadosa atención a los mensajes para no dejarse engañar. Nada ni nadie debería poder desviarlos del camino de la Luz.

LA ADORACIÓN

A pesar de todo, los Magos logran culminar su viaje: “Entraron en la casa, vieron al Niño con su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”. Una vez más, el ritmo ternario de las acciones parece señalar un itinerario para los creyentes.

- “Entraron en la casa”. En un hermoso sermón, dice San Bernardo que la casa en la que hemos de entrar para encontrar al Señor es nuestra propia conciencia. Hemos de construirla, adornarla y guardarla para que pueda convertirse en el espacio del encuentro.

- “Vieron al Niño con su Madre”. Se ha dicho que el Antiguo Testamento repite la invitación a “escuchar” la voz de Dios, mientras que en el Nuevo se habla de los que lograron “ver” al Señor. Nuestra fe no es una pura teoría: nace del testimonio de los que vieron al Señor. Verlo con su Madre es aceptar su humanidad.

- “Lo adoraron”. Los ídolos tenían boca pero no hablaban. Tenían ojos pero no veían. Y, sobre todo, no tenían corazón. Por eso no merecían adoración. En el mundo de hoy se nos imponen nuevos ídolos, seductores pero engañosos. La adoración revela el sentido de la vida. Cada uno se identifica con aquello que adora. Pero sólo el Señor merece adoració- Señor Jesús, adorado por los Magos, tú eres el sol ante el que palidecen las estrellas. Te agradecemos el don de la fe y proclamamos que sólo tú mereces el servicio de nuestra adoración. Amén.


José-Román Flecha Andrés ( publicado en revista ecclessia )


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