Estamos invitados a una boda
Domingo XXVIII T. Ordinario. Ciclo A
Is 25, 6-10a; Sal 22, 1-6; Flp 4, 12-14.19-20; Mt 22, 1-14
Recelamos de nuestra capacidad de fantasear y, cuando se trata de Dios y de sus dones, hay que dejar correr la fantasía. Siempre nos quedaremos cortos. Es lo que puede ocurrir tras meditar detenidamente los textos de la Palabra de Dios hoy. Desde los profetas, Israel describía la alegría de los tiempos mesiánicos como un banquete (1ª lectura); también Jesús acude a este simbolismo.
El banquete y el Reino evocan comida y bebida, alegría y fiesta, plenitud, satisfacción y gratuidad… Comunión. A él no sólo “tenemos la obligación de asistir”, sino que “estamos gozosamente invitados”.
Es una parábola con muchas sorpresas: los que reciben la invitación justifican su negativa: unos, porque tienen otros asuntos prioritarios; para otros es algo molesto y maltratan al que les comunica la invitación; mas el rey no suspende el banquete, al contrario, llena la sala de comensales venidos de “otros lugares”. La fiesta sólo se inicia cuando la sala está llena, sin que nadie sea llamado por sus méritos. Finalmente, el que no viene con el traje de boda, es expulsado. Es un añadido de Mateo para advertir de que, por el hecho de que la invitación sea gratuita, no debe degenerar en descortesía y falta de responsabilidad.
La gratuidad de la invitación sí que reclama nuestra aceptación. Es una parábola con base histórica, pero de absoluta continuidad: los invitados en primer lugar podemos bloquearnos por nuestros problemas, negocios y otros menesteres. Otros, con la agenda menos cargada, responden y abarrotan la sala.
Desde Jesús, los irrelevantes son los destinatarios privilegiados: sólo comprende a Dios el que acoge al pobre. De ahí que la Iglesia no puede ser un club de buenos, decentes y selectos. Es la reunión de invitados gratuitamente a algo que nos es dado. No somos los dueños ni de la casa, ni de la mesa, no somos quienes para rechazar o poner condiciones. Somos servidores de una causa: que el Reino llegue a todos. Sólo repitiendo el gesto de Jesús –poner a Dios al alcance de los pobres– comprenderemos cuál es el proyecto de Dios.
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