jueves, 2 de octubre de 2008

DE TAL PALO, TAL ASTILLA

José María y Juan José Santos

Maestros de barbas y patillas

No hay vecino en San Sadurniño que no conozca a los Santos, una familia de peluqueros famosa por sus cuidados cortes de pelo y sus afeitados impecables.



Juanjo Santos Bello recuerda muy bien la primera vez que tuvo una navaja de barbero entre sus manos. Cuando todavía era un cativo, y queriendo imitar a su padre, probó a afeitarse las pelusas. Pero aquel primer intento resultó una auténtica escabechina. «Púxenme nervioso e cortei a cara e tamén as mans; menos mal que nese mismo intre entraba pola porta o médico do pobo e fíxome as curas», recuerda el propietario del café-bar-peluquería Santos de San Sadurniño.

Los orígenes de este peculiar establecimiento -en el que uno lo mismo puede cortarse las melenas que tomarse un cafecito mientras echa la partida- se remontan a 1971, el año en el que José María Santos, el padre de Juanjo, decidió abrir sus puertas tras haber trabajado durante más de diez años como barbero.

Frente a un café humeante, Pepiño -como le llaman sus amigos- cuenta que empezó a darle a la navaja cuando todavía era un niño. Un buen día, su padre, que era cantero, le pidió que le cortase el pelo, y él, con mucha destreza, demostró que no lo hacía nada mal.

Tan bien se le daban las tijeras y el peine que los mozos de San Sadurniño acudían a él para que les arreglase la cabeza, pero fue en Cádiz donde José María aprendió de verdad el oficio. «Aos 19 anos marchei á Mariña, a San Fernando, e alí saquei o carné de barbeiro; apodábanme 'o galego' e a xente sempre chamaba por mín porque dicían que afiaba moi ben a navalla», cuenta entre risas este hombre simpático y abierto.

Su vida en filas le gustaba -incluso fue merecedor de la medalla Infi-Sáhara por los servicios que prestó «a la patria» en África-, pero Pepiño decidió regresar a San Sadurniño al poco tiempo de marcharse al sur, porque sus padres, que trabajan en el campo, no dejaban de pedirle que volviese. Y él volvió, sí, pero enseguida se dio cuenta de que «a labranza non daba cartos». Así que decidió seguir con su vocación.

Tras una breve estancia en Bilbao -donde volvió a coger la navaja-, José María se puso a trabajar de barbero en San Sadurniño, primero en un local alquilado y después al frente de su propio negocio. En el 60 abrió la peluquería Santos en la avenida Marqués de Figueroa, y en el 71 se trasladó al establecimiento que a día de hoy regenta su hijo en esa misma calle.

Allí creció Juan José arreglando patillas y bigotes desde muy pequeño. «Aos once anos xa afeitaba a algúns clientes e facíao moi ben», recuerda su padre orgulloso. Juntos trabajaron codo con codo durante quince años y, en algunas épocas, también compartieron faena con Pablo -el hermano de Juan José, que ya ha dejado la peluquería- y Mercedes, la esposa de José María. Ella, una mujer dulce y callada, se ocupaba de deleitar a los clientes con sabrosos platos de chicharrones y pulpo mientras esperaban por su corte de pelo.

«Aqueles foron anos de moito traballo, pero tamén moi bonitos, porque traballábamos moi a gusto», recuerda Juanjo. «Eu lembro días de levantarme ás cinco da mañán para atender aos operarios de Astano, que viñan moi cedo para poder chegar a tempo ao traballo... ¡Incluso viña xente de Cedeira a afeitarse!», apunta el padre a renglón seguido.

Basta verlos juntos para intuir que se llevan a las mil maravillas. Juanjo dice que su padre, además de afilar muy bien a navaja, «conectaba moi ben coa xente». Y José María también tiene piropos para él: «É algo máis lento ca mín, pero traballa moi finamente, porque é moi perfeccionista». ¿Habrán pensado alguna vez en dedicarse a otra cosa? «Iso nunca, xamais», dicen los dos sonrientes.

TEXTO Beatriz Antón FOTO José Pardo

La Voz de Galicia



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