Aunque resulte más cómodo responsabilizar de todos los entuertos a la sociedad y a las estructuras, el profeta insiste: “Si cada uno recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”. Las acciones personales no son consecuencia obligada de los errores y de las culpas de ayer. El “no” que pronunciaste ayer, no te ata de pies y manos para el hoy y el mañana. Importa, por eso, cambiar de actitud; una posibilidad que se nos ofrece cada día gracias a aquel que “a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Este antiquísimo himno cristológico, de la segunda lectura, se puede sintetizar en muy pocas palabras: nosotros, cristianos del siglo XXI, no hemos inventado nada... ni siquiera nuestras propias miserias.
“Pasar por uno de tantos”, “rebajarse hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz”. Jesús no nos enseña a ser “los felices propietarios de la fe verdadera”, sino a luchar por reproducir en nuestra vida sus mismos sentimientos y actitudes. Mil palabras, centenares de documentos o declaraciones solemnes no suplen la puesta en práctica de lo que da sentido a la vida del creyente: Jesucristo, el Señor, muerto y resucitado.
Una reflexión más nos ofrece la parábola del evangelio: el hermano que dice “no voy” y acaba yendo, puede simbolizar situaciones en que actuamos en contra de nuestros proyectos, a regañadientes, a rastras, deslucida y desganadamente, aunque al final y, pese a todo, hacemos lo que de acuerdo con Dios y nuestra conciencia tenemos que hacer. De eso se trata: en todo amar y servir.
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