Mensaje de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
25 de mayo de 2008
25 de mayo de 2008
La festividad del Corpus Christi nos invita a entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía, que se ha de creer, celebrar y vivir. “Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesús hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito para cada hombre”[1].
Este año, a la luz de la última encíclica de Benedicto XVI –“Spe salvi; Salvados en la esperanza”-, contemplamos la Eucaristía descubriendo en ella un verdadero sacramento de esperanza para toda la humanidad y, de manera muy especial, para los más pobres y excluidos de los bienes necesarios.
Nos unimos a la campaña que viene desarrollando Cáritas sobre derechos humanos e igualdad de oportunidades. Dentro de ella, este año dedicó la campaña de Navidad al derecho a la salud; y ahora, cuando nos sentamos juntos hombres y mujeres en la misma mesa del Señor, la dedica a los derechos de la mujer y nos invita a poner de manifiesto la igualdad entre hombres y mujeres[2] y la importancia de que se reconozcan oportunidades equitativas para ambos sexos como expresión de la común dignidad humana que compartimos y como base de una sociedad más justa y más fraterna.
La Eucaristía, sacramento de esperanza
La Eucaristía, sacramento del amor, aviva en nosotros la conciencia de que donde hay amor brilla, también, la esperanza, de que donde el ser humano experimenta el amor se abren para él puertas y caminos de esperanza.
Así nos lo ha recordado Benedicto XVI cuando dice: « No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia»[3]. Y porque el amor es lo que salva, salva tanto más cuanto más grande y fuerte es. Por eso, no basta el amor frágil que nosotros podemos ofrecer. El hombre, todo hombre, también el pobre, en palabras del Papa, «necesita un amor incondicionado». Ese es el amor absoluto que Dios nos ha manifestado en Jesús: «Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana “causa primera” del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: “vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2,20)»[4].
Este amor absoluto e incondicionado de Dios que el hombre necesita para encontrar sentido a la vida y vivirla con esperanza, se ha manifestado en Cristo y tiene su máxima expresión sacramental en el misterio de la Eucaristía.
Cuando se descubre y vive la Eucaristía, como misterio de presencia de Cristo acompañando al hombre en el camino de la vida, como misterio de vida entregada por el “Otro” y como servicio humilde y generoso al hermano necesitado, como misterio de comunión que nos hace sentar en la misma mesa superando toda diferencia, resulta fácil descubrir que la Eucaristía es el gran sacramento de la esperanza, anticipo de los bienes definitivos a los que todos aspiramos en lo hondo de nuestro corazón y que esperamos alentados por la fe[5].
Celebremos la Eucaristía ofreciendo a los pobres signos de esperanza
Vivida y celebrada la Eucaristía como el gran sacramento del amor, la fe en ella se traduce inevitablemente en gestos y signos de esperanza. Lo dice el Papa con otras palabras: «Toda actuación seria y recta es esperanza en acto. Lo es ante todo en el sentido de que así tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas más grandes o pequeñas; solucionar éste o aquel otro cometido importante para el porvenir de nuestra vida: colaborar con nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano, y se abran así también las puertas hacia el futuro»[6].
Según las palabras del Papa, toda nuestra acción en favor de la justicia y de los pobres, es “esperanza en acto”, es decir, es un signo y un testimonio de esperanza. Afortunadamente, podemos ofrecer al mundo muchos signos de esperanza.
Es verdad que cuando miramos el momento histórico que nos toca vivir y la sociedad que estamos construyendo, hay muchas sombras que oscurecen y debilitan la esperanza. Baste recordar algunas de ellas que es necesario denunciar y que están demandando la luz de nuestro compromiso abierto y decidido:
La igualdad original entre hombres y mujeres se ha constituido en un principio jurídico universal; sin embargo, asistimos en el mundo a una feminización de la pobreza que se caracteriza por el creciente empobrecimiento de las mujeres, al empeoramiento de sus condiciones de vida y a la vulneración de sus derechos fundamentales. Entre nosotros, los logros en este campo, aun siendo muchos, resultan todavía insuficientes. La violencia doméstica, la discriminación salarial, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social y económica, las cargas familiares que tienen que soportar en situaciones de escasos recursos y los problemas de conciliación entre la vida personal, laboral y familiar, muestran cómo la igualdad, siendo diversos el hombre y la mujer, es todavía una tarea muy incompleta[7].
La trata de mujeres es una de las formas más crueles de violencia y de esclavitud. Son miles las mujeres extranjeras que son captadas y traídas a España por personas, grupos de delincuentes o redes criminales organizadas, a través de engaño, amenazas o coacción, con el fin de someterlas a explotación, en la prostitución, en la agricultura, en el servicio doméstico, en la construcción, la hostelería o los talleres clandestinos[8].
Todo ello, sin olvidar otros datos como que hemos rebasado la escalofriante cifra de 100.000 abortos al año en España; que unos 20.000 niños son objeto en España de la trata de personas y están sometidos a diversas formas de explotación sexual y laboral[9]; que miles de inmigrantes llegan a nuestras fronteras huyendo del hambre y sin ser reconocidos en su derechos humanos.
No obstante, si son muchas las sombras también hemos de reconocer las luces y los signos de esperanza que apuntan entre nosotros y que hemos de cuidar y potenciar. Seríamos injustos si no reconociéramos algunos de ellos:
El compromiso de muchas comunidades parroquiales con su entorno cercano, siendo activas en la formación de un tejido social solidario y responsable ante los más pobres.
El servicio de las Cáritas y de otros grupos eclesiales, asistiendo a las víctimas de la explotación en su proceso de recuperación física, psicológica, económica y de integración social, así como brindándoles asistencia jurídica.
La implicación de cristianos en movimientos sociales diversos en defensa de los derechos humanos, personales y sociales, de las personas y de los pueblos empobrecidos.
El compromiso de personas e instituciones en la promoción de políticas sociales que eviten formas de discriminación ofensivas a la dignidad y vocación de la mujer en la esfera social[10].
El protagonismo que están asumiendo las mujeres en muchos países del sur empobrecido, para sacar sus familias adelante y abrir caminos hacia un orden social nuevo, como reconocen los Obispos africanos[11].
Contemplando el don de la Eucaristía en este Día de la Caridad, os invitamos a entrar en su misterio y a dejaros configurar por él, para que todo el caudal de amor y de vida generosamente entregados por el Señor, y ofrecido por cuantos entran en comunión con él, constituyan para todos, especialmente para los más pobres, una fuente permanente de esperanza.
De manera muy particular os invitamos este año a secundar la campaña de Cáritas trabajando decididamente para que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres pase de ser un derecho formal a ser un derecho real que configure relaciones personales y sociales de igualdad en los distintos ámbitos de la vida.
Lo hacemos confiando en la fuerza que nos da la comunión en el Señor y con la esperanza cierta de que, como dice Benedicto XVI, “la injusticia de la historia no puede ser en absoluto la última palabra”[12].
NOTAS
[1] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, 1
[2] Cfr Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n.1.
[3] Benedicto XVI, Spe salvi, n. 26.
[4] Ibid.
[5] Cfr. Mt 26, 26-28; Jn 15,3; 1Cor 10,17; 11, 17-34; Cfr. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 59.
[6] Benedicto XVI, Spe salvi, n. 35.
[7] Consejo Pontificio Justitia et Pax, Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, nº 146.
[8] Entre 40.000 y 50.000 mujeres son explotadas en España todos los años, la mayor parte de ellas extranjeras, según informó en Viena la Red Española contra la Trata de Personas.
[9] Son datos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
[10] Consejo Pontificio Justitia et Pax, Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, nº 295.
[11] Cfr Jean Zerbo, Carta Pastoral El desarrollo en África, principales actores, Barnako, mayo 2007. Esta carta fue ratificada posteriormente por la Conferencia Episcopal Maliense y, en octubre de 2007, por las Conferencias Episcopales Africanas.
[12] Benedicto XVI, Spe salvi, n. 43.
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