Queridos diocesanos:
Celebramos este año la Campaña contra el hambre en un momento en que la crisis económica está mostrando sus más duras consecuencias. A la par que ha hundido los mercados, ha empujado a cien millones de personas a la pobreza y al hambre. Por esto no podemos olvidar que las principales víctimas de la crisis económica y financiera mundial son, como siempre, los más pobres e indefensos. El impacto que tiene en la vulnerabilidad de los países pobres es claramente desproporcionado. El hambre afecta a uno de cada seis seres humanos. Un dato sobrecogedor: por vez primera en la historia el número de pobres en el mundo supera los mil millones de personas. Un triste record que echa por tierra algunas mejoras conseguidas en la lucha contra esta lacra en los últimos años.
El futuro inmediato no presenta mejores perspectivas: Las estructuras económicas certifican estas malas previsiones para los países más pobres. Según el FMI las inversiones extranjeras en esos lugares se han reducido en 2009 en un 32%. El comercio mundial se contraerá entre un 5 y un 9 %. Las remesas que los emigrantes enviaban a sus países de origen, y que constituían una fuente muy importante para el crecimiento económico de esas naciones, disminuirán también entre un 5 y un 8 % este año según el Banco Mundial.
Necesitamos crear con urgencia un amplio consenso para la erradicación rápida y completa del hambre en el mundo. Benedicto XVI ha hecho la siguiente propuesta: “Es importante destacar que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales. Apoyando a los países económicamente pobres, mediante planes de financiación inspirados en la solidaridad, con el fin de que ellos puedan satisfacer la necesidades de bienes de consumo y desarrollo de los propios ciudadanos no sólo se puede producir un verdadero crecimiento económico, sino que se puede contribuir también a sostener la capacidad productora de los países ricos que corre peligro de quedar comprometida por la crisis” (Veritas in caritate)
Manos Unidas, como organización de la Iglesia a favor del Tercer Mundo, continúa su lucha para erradicar las tres hambres que le afligen: “hambre de pan, hambre de cultura y hambre de Dios” conscientes de que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Animo a los voluntarias y voluntarios de Manos Unidas en la diócesis de Mondoñedo-Ferrol a que sigan año tras año financiando proyectos concretos de desarrollo del Tercer Mundo. En nuestros días, nos recuerdan este año, constatamos la aparición de nuevos riesgos para la vida de los pobres, ocasionados por la agresión al equilibrio medioambiental, por los desequilibrios económicos y por la crisis de la energía y de los alimentos.
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