Domingo Solemnidad Corpus . Ciclo B
Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-15; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-26
Culminamos con la Solemnidad del Corpus Christi estos dos momentos del tiempo ordinario en el que celebramos dos grandes misterios de nuestra fe. Si el domingo pasado afirmábamos que creemos en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, hoy reafirmamos nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Jesucristo no nos ha abandonado, ha querido quedarse con nosotros, y lo ha hecho en la Eucaristía. Una presencia que va mucho más allá de lo meramente presencial. Una presencia que nos recuerda constantemente algo fundamental para nuestra vida. En la misa celebramos la muerte y resurrección del Señor, un hecho que se da por amor. Ya nos lo recuerda san Juan en su Evangelio: “tanto amó Dios al mundo que entregó la vida de su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Dios nos ha amado hasta el extremo, y en la Eucaristía celebramos el amor de Dios derramado sobre los hombres por medio del sacrificio de la cruz de Jesucristo. Dios se ha entregado a sí mismo por amor al hombre. Y esta entrega nos es algo sin más, tiene unas consecuencias para nosotros y nuestra vida. Porque a través de la entrega del Hijo, Dios nos ha asociado a su misma vida, es decir, quedamos todos unidos a Dios y estamos destinados a compartir la misma vida. Se ha creado una comunión entre Dios y nosotros que ya nada ni nadie la podrá romper.
Esto nos interpela a todos para que nuestro ser cristiano sea, a imagen de Jesucristo, una vida entregada por amor a Dios y a los hombres. Por eso, también el día de hoy nos recuerda, y así lo hace Cáritas, que cada uno de nosotros, desde el amor recibido de Dios, debemos ser cauces, a través de los cuales el amor de Dios hacia los hombres siga fluyendo. Se nos recuerda que el amor no es un añadido o postizo para nuestro testimonio cristiano, sino que es la esencia misma de nuestra vida. Ya lo dirá san Pablo en la primera carta a los corintios: podremos hacer maravillas pero, si no tenemos amor, somos nada. ¿Qué tendremos que cambiar de nuestra vida para que esto sea una realidad?
Buen domingo y buena semana.
Andrés Pérez, sacerdote Diócesis de Málaga
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