A pasada semana saltaba ós medios de comunicación certa polémica sobre o teólogo galego Andrés Torres Queiruga. Nunha Igrexa na que estamos chamados a sumar e nunca a restar, a aportar e a contribuir á Evanxelización, a obra de Queiruga -dentro de tódolos aspectos cos que poidamos ou non estar dacordo- enriquece o panorama teolóxico, suxírenos, ábrenos puntos de mira e novos horizontes de inquedanzas. O seguinte texto pertence á súa obra "Creer de otra manera", e trata sobre as dificultades dunha lectura bíblica axeitada.
2. Los problemas derivados de una mala lectura de la Biblia
2. Los problemas derivados de una mala lectura de la Biblia
Por mor de la claridad, voy a distinguir los dos capítulos que me parecen las puertas fundamentales por donde se insinúan las más graves deformaciones de la fe en la cultura actual y donde continúan muchas veces alimentando su fuerza. La primera responde a una lectura no actualizada de la Biblia y de la tradición, que analizaré en este apartado. La segunda se refiere a una incorrecta asimilación de la nueva realidad cultural, y quedará para el siguiente.
2.1 La crítica bíblica y el desfase cultural de la teología
Marx dijo en su crítica a la Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel que la crítica religiosa es el comienzo de toda crítica. Pues bien, la crítica bíblica fue, a su vez, el comienzo de la crítica religiosa. Resulta bien conocido el episodio de Galileo, por lo que suponía de choque frontal con la nueva cultura científica. Pero más grave fue el impacto en sí mismo, cuando, a partir sobre todo de la crítica de Samuel Reimarus, apareció que los Evangelios, y con más razón la Biblia en su conjunto, no podían seguir siendo tomados a la letra. A pesar de las evidentes exageraciones, los argumentos acerca de las discrepancias internas y del carácter no "histórico" de muchos de los hechos narrados, así como del carácter de construcción teológica del conjunto, resultaban irrefutables-
Hoy son datos que no extrañan a ningún especialista e incluso podemos afirmar con Albert Schweitzer que esa empresa "representa lo más poderoso que jamás ha osado y realizado la reflexión religiosa". Pero en aquel tiempo el impacto fue tal, que muchos pensaron que el cristianismo estaba acabado, hasta el punto de que hubo muchos seminaristas que buscaron otro oficio. Lo grave es que esa impresión de derrota se hizo tan honda y generalizada, que creó una reacción defensiva en la conciencia eclesial, con el resultado bien conocido de una permanente resistencia a asimilar los nuevos datos y sacar honesta y limpiamente las consecuencias para una nueva lectura de las grandes verdades de la fe. La resistencia, curiosamente, fue primero protestante —pues la crítica parecía minar su principio fundamental de la sola Scriptura—, pero luego acabó siendo ante todo católica: los exegetas sufrieron muchas veces un auténtico martirio, que sólo terminó oficialmente —y no del todo— con el Vaticano II.
Si recuerdo esto, tan sabido, es porque constituye una clave decisiva para comprender el desfase cultural de la teología en la actualidad. Por dos motivos principales. Primero, los avances exegéticos se han producido con una enorme lentitud, de modo que la nueva lectura de la Biblia siguió en gran parte presa de la antigua mentalidad literalista. En segundo lugar, los logros reales apenas fueron asimilados por la reflexión teológica, no digamos ya por la conciencia general. Eso significaba de manera inevitable que, mientras la cultura occidental avanzaba decidida y, a pesar de sus fallos, sin vuelta posible por los nuevos caminos abiertos a partir del Renacimiento y de la Ilustración, la teología quedaba anclada en los viejos moldes tradicionales.
La consecuencia fue que, mientras el contexto cultural cambiaba radicalmente, la fe continuaba siendo comprendida y anunciada conforme a la letra del viejo texto. Hacia dentro de la iglesia, ese desfase supuso el ahogamiento sistemático de los intentos de actualización consecuente en la comprensión de la fe (aunque, por fortuna, los gérmenes nunca pudieron ser ahogados de todo y siguieron alimentando la vivencia y la esperanza de las minorías más despiertas). Hacia fuera era fatal que surgiese en muchos la incomprensión, la sensación de ver la fe como algo anticuado o incluso como reliquia inservible de un pasado muerto. El abandono del cristianismo por una parte muy importante de la cultura fue el resultado que aún hoy nos asombra ("asombra" en el doble sentido de admiración y de oscurecimiento del horizonte humano).
Como se ve, el diagnóstico no remite a cuestiones de detalle o a aspectos secundarios, sino a un movimiento que afecta al todo de la fe, llegando a las mismas raíces de su encarnación cultural. Por eso no sería bueno perderse en puntos particulares; se impone más bien poner al descubierto los pilares que sostienen la estructura de conjunto. Son ellos los que, en definitiva, marcan las pautas de la comprensión, configuran el imaginario colectivo y determinan el estilo de la vivencia.
Con lo cual ya se ve igualmente que no resulta posible una separación nítida entre las diversas cuestiones, pues todo está vinculado con todo: la exposición analítica resulta artificiosa, pero es necesaria para la claridad. Con todo, conviene no perder de vista que la inteligibilidad adecuada irá naciendo de la visión de conjunto.
Si recuerdo esto, tan sabido, es porque constituye una clave decisiva para comprender el desfase cultural de la teología en la actualidad. Por dos motivos principales. Primero, los avances exegéticos se han producido con una enorme lentitud, de modo que la nueva lectura de la Biblia siguió en gran parte presa de la antigua mentalidad literalista. En segundo lugar, los logros reales apenas fueron asimilados por la reflexión teológica, no digamos ya por la conciencia general. Eso significaba de manera inevitable que, mientras la cultura occidental avanzaba decidida y, a pesar de sus fallos, sin vuelta posible por los nuevos caminos abiertos a partir del Renacimiento y de la Ilustración, la teología quedaba anclada en los viejos moldes tradicionales.
La consecuencia fue que, mientras el contexto cultural cambiaba radicalmente, la fe continuaba siendo comprendida y anunciada conforme a la letra del viejo texto. Hacia dentro de la iglesia, ese desfase supuso el ahogamiento sistemático de los intentos de actualización consecuente en la comprensión de la fe (aunque, por fortuna, los gérmenes nunca pudieron ser ahogados de todo y siguieron alimentando la vivencia y la esperanza de las minorías más despiertas). Hacia fuera era fatal que surgiese en muchos la incomprensión, la sensación de ver la fe como algo anticuado o incluso como reliquia inservible de un pasado muerto. El abandono del cristianismo por una parte muy importante de la cultura fue el resultado que aún hoy nos asombra ("asombra" en el doble sentido de admiración y de oscurecimiento del horizonte humano).
Como se ve, el diagnóstico no remite a cuestiones de detalle o a aspectos secundarios, sino a un movimiento que afecta al todo de la fe, llegando a las mismas raíces de su encarnación cultural. Por eso no sería bueno perderse en puntos particulares; se impone más bien poner al descubierto los pilares que sostienen la estructura de conjunto. Son ellos los que, en definitiva, marcan las pautas de la comprensión, configuran el imaginario colectivo y determinan el estilo de la vivencia.
Con lo cual ya se ve igualmente que no resulta posible una separación nítida entre las diversas cuestiones, pues todo está vinculado con todo: la exposición analítica resulta artificiosa, pero es necesaria para la claridad. Con todo, conviene no perder de vista que la inteligibilidad adecuada irá naciendo de la visión de conjunto.
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