jueves, 31 de diciembre de 2009
Hoxe a TVG e POPULAR TV retransmiten EN DIRECTO a APERTURA da PORTA SANTA
TVG é a única televisión que retransmite en directo a Apertura da Porta Santa.
Podes velo na web de TVG: Pincha aquí, a partir das 16h
Tamén Popular TV chegou a un acordo e o retransmite en directo para toda España: Pincha aquí, comezará ás 16.15h
lunes, 21 de diciembre de 2009
Campaña Operación Kilo. Caritas Interparroquial
jueves, 17 de diciembre de 2009
18 de Nadal: Virxe da " O "
O vindeiro 18 de Nadal, a Parroquía de Pedroso, está de festa... Celébrase a Romería da "O".
Haberá procesión nas celebracións das 13:00 horas e das 17:00 horas.
martes, 15 de diciembre de 2009
Maña NON hai CLASE en toda GALICIA
Los Centros de educación no universitarios dependientes de la Consellería de Educación y Vicepresidencia suspenderán mañana la actividad lectiva debido al fuerte temporal que afectará a Galicia.
lunes, 23 de noviembre de 2009
Rouco denuncia que la asignatura de Religión está "discriminada"
Con ser grave la actual crisis económica, para la Iglesia todavía lo es más, si cabe, la crisis moral, que se plasma de una manera especial en la situación educativa del país.
Por eso, ante el plenario episcopal reunido y con la presencial del nuevo Nuncio, Renzo Fratini, el presidente del episcopado, Antonio María Rouco Varela, ha pedido el "deseado pacto escolar" y ha denunciado los "graves problemas que aquejan a nuestro sistema educativo". Sobre todo, por el adoctrinamiento de la Educación para la Ciudadanía y la flagrante marginación de la clase de Religión, en cuya regulación no se cumplen los Acuerdos Iglesia-Estado.
La Iglesia no se cansa de denunciar que la clase de Religión se encuentra en "una permanente situación de verdadera heroicidad pedagógica". Primero, como denunció el cardenal Rouco, por su "deficiente regulación jurídica".
Una deficiencia que viene de lejos. "Los problemas se remontan a la aplicación normativa de la LOGSE y siguen sin ser resueltos y, por tanto, agravados".
Agravados, entre otras cosas, por "la carencia de una verdadera alternativa académica" a la clase de Religión.
Por todo ello, Rouco denuncia que "la regulación vigente sobre esta materia no se adecua a lo previsto en el Acuerdo sobre Educación y Asuntos Culturales entre la Santa Sede y España". Es decir, el Gobierno no cumple lo firmado.
La consecuencia obvia es, según el presidente de los obispos, "el deterioro de la formación religiosa y moral en la escuela", algo que "no es bueno para nadie y, menos, para los jóvenes que en la práctica se ven privados de ella u obligados a recibirla en condiciones difíciles y discriminatorias".
El purpurado madrileño también sigue denunciando el "carácter obligatorio" de la Educación para la Ciudadanía, que "tendría que ser programada como materia de formación estrictamente cívico-jurídica", pero se ha convertido en una "materia de formación moral y de visión del hombre, de la vida y del mundo, fórmula típica de una enseñanza ideológica y adoctrinadora".
'Indisciplina y violencia en las aulas'
Y no paran ahí los problemas del sistema educativo español. Rouco enumeró algunos: "Los altos porcentajes de fracaso escolar, la presencia creciente de la indisciplina y aún de la violencia en las aulas, la pérdida de autoridad humana y pedagógica de los propios profesores o una educación sexual impartida sin criterios morales y sin que los padres de los alumnos la conozcan". Para la Iglesia, el "problema educativo" sólo se resolverá bien si se respeta el que los primeros titulares del derecho a la educación son los padres, de tal forma que se garantice "la educación para todos y la libertad de enseñanza", como piden la Constitución y la doctrina del Tribunal Constitucional.
Ambas instancias ofrecen, según Rouco, el "marco preciso en el que debería ser posible el deseado pacto escolar". Un pacto, que si se consigue, "podría ser una realidad fecunda para el futuro de la educación en España".
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Escrito del obispo en la jornada de laicos
una alegría.
jornada diocesana de laicos, Mondoñedo. 14.11.2009
Introducción: Vivimos un momento de déficit de espíritu apostólico
En los ambientes sociales donde estamos presentes habitualmente no circula de forma fresca y viva la savia de la fe. En muchas familias no se reza. Muchos compañeros de trabajo no saben si la persona que tienen al lado es cristiana o no. Hablar de Dios no es algo espontáneo y muchas veces aparecemos como cristianos que se avergüenzan de su fe. La comunicación persuasiva y contagiosa de la experiencia de Dios cuesta horrores. Se vive la fe de una forma un tanto atenazada, bloqueada…
El 98 % de los bautizados en la Iglesia católica son seglares, pero de estos sólo un promedio entre el 5 y el 15 %, participa en lo que se considera un índice necesario, pero no suficiente, de la praxis cristiana. A saber, la Misa dominical. Para muchos el bautismo ha quedado casi olvidado bajo una capa de indiferencia en medio de una sociedad descristianizada. Y de ese 10 o 15 % hay un alto porcentaje que vive la propia confesión cristiana en modo fragmentario y episódico, seleccionando arbitraria o confusamente las verdades de la doctrina y la moral de la Iglesia que desea aceptar y seguir, con poca repercusión del cristianismo en los intereses de la propia existencia.
Cuestión crucial es: si seguimos a Cristo convencidos de verdad ¿por que no buscamos invitar e implicar a otros al seguimiento de Jesucristo?
1. El apostolado seglar una responsabilidad
Las dificultades principales para nuestro compromiso apostólico no vienen de fuera, las tenemos en casa, habitan en nuestro propio corazón. ¿Cuál es la esencia, el núcleo, el cogollo del cristianismo? Benedicto XVI ha respondido a esta pregunta diciendo que el cristianismo no es, ante todo, una doctrina, una ideología, ni tampoco un conjunto de ritos o de normas morales. En su primera encíclica Deus Caritas Est enseña: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n.1). Uno es cristiano cuando le ha pasado algo. Cuando Cristo ha irrumpido en su vida como hermano, como amigo, como Hijo del Dios vivo. Cuando Cristo se ha convertido para él en el pan que sacia su hambre de verdad, en el agua viva que satisface su sed de Dios, en el vino que repara sus fuerzas y le trasmite la alegría de vivir. El cristianismo es un hecho, es un acontecimiento históricamente acaecido: el Verbo se hizo carne, el misterio ha irrumpido en la historia humana. Jesucristo ha revelado el rostro de Dios, que es amor misericordioso, y a la vez la vocación, dignidad y destino de la persona humana y de toda la creación. El designio amoroso de Dios para con los hombres es que vivamos como hijos de Dios en el Unigénito y como hermanos en el Primogénito.
El primer encuentro con Cristo que da nuevos horizontes a la vida y nos embarca en un cambio radical se puede revivir a lo largo de la vida. Con ello conseguiremos recuperar frescura en nuestra vida cristiana. Pero sobre todo está destinado a repetirse a lo largo del tiempo. Tratar con Cristo irá haciendo madurar nuestra fe en El. Dos amigos no son lo mismo el día en que se conocen y cuando pasan los años y comparten alegrías y penas, cuando pasan poco a poco de la confianza a la confidencia. Se cuentan el uno al otro lo que no contarían a nadie. Cuestión prioritaria y fundamental es que la fe comience o recomience siempre a partir del encuentro personal, excepcional y fascinante a la vez, con Jesucristo. Todos estamos llamados a vivir la fe como nuevo comienzo, como esa novedad sorprendente de vida, esplendor de verdad y promesa de felicidad, que reenvía al acontecimiento que la hace posible y fecunda. No hay otro camino que ‘recomenzar desde Cristo’, para que su presencia sea percibida, encontrada y seguida con la misma novedad y actualidad, con que lo experimentaron hace 2000 años sus primeros discípulos. Sólo en el estupor de ese encuentro mantenido en el tiempo y que supera con creces todas nuestras expectativas, encontraremos el camino para que encuentren respuesta los anhelos de verdad y felicidad de nuestro corazón.
Dios irrumpe en nuestra vida, nos ama y mirándonos con cariño nos hace una invitación: ¿Te vienes conmigo? ¿Quieres ser mi discípulo? El apostolado es una responsabilidad porque es una respuesta a la llamada de Jesús:
EL PRÍNCIPE Y LA ESTUFA
“Me acababa de levantar, cuando lo vi entre los cristales empañados de mi ventana. Yo, a pesar de tanto abrigo, tiritaba de aburrimiento. El no estaba solo. Venía al frente de su pequeño ejército de amigos voluntarios. Nunca había contemplado a un caudillo más joven y más recio que él…
Mis ojos, cansados de soñar sin dormir, se esforzaban por no dar crédito a esa visión heroica, tan opuesta a mi vida. Temblé de rabia cobarde cuando noté que él me miraba…
Con voz fuerte, mientras su mirada amablemente se mantenía hacia mí, me preguntó:
-- “¿Te vienes conmigo?”
Como si no lo hubiera oído, casi disimulando, algo así como:
-- ¿Ehh…… Quée?
Su recia voz se oyó de nuevo:
-- ¿Que si te vienes voluntario conmigo?
Tartamudeando, débilmente respondí:
-- No, no puedo… es que estoy aquí atado…
Sí, verás, atado voluntariamente al suave y lindo calorcito de mi estufilla…
Mientras yo bostezaba, su voz –la voz de él- resonó majestuosa con la nobleza amplia de las cascadas eternas: ¡¡¡ En marcha!!! … Sus soldados, decididos y voluntarios, caminaron tras él sobre la blancura ideal de la nieve pura. Y sus huellas –las de él-, y las de ellos, quedaron impresas profundamente marcando un camino recto y nuevo hacia el sol.
Pero yo…, yo, no. He preferido quedarme aquí, detrás de los cristales empañados, atado suave, cómodamente al calorcito cercano de mi estufilla privada” (Rabindranath TAGORE)
El apostolado es una responsabilidad porque es una respuesta al mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a hombres de todos los pueblos”. Cristo no quiere que nos quedemos en el ambiente cálido de nuestras comunidades sin salir a la intemperie del mundo. Hemos de hacernos presentes en todos los ambientes sociales para anunciar a Jesucristo, para contar lo bien que nos sentimos con El, la alegría que El nos trasmite y el coraje y la audacia que nos comunica su Espíritu. Es fundamental que los cristianos no perdamos nunca la conciencia de misión. Y que tengamos muy claro que no actuamos nunca en nombre propio, sino en nombre del Señor. Ahora bien, esta actividad misionera debe comenzar por un estilo de vida, personal y comunitario, cuyo centro y fundamento esté en la meditación de la Palabra de Dios, en la frecuente participación en los sacramentos y en la contemplación del rostro de Cristo muerto y resucitado. Los pensamientos, criterios y decisiones del evangelizador han de estar fundamentados siempre en las actitudes y criterios del Maestro, porque es siempre Él quien nos llama y envía en misión.
“Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra”. Esta expresión nos recuerda el encargo hecho por el Señor a sus discípulos y también a nosotros. Ahora bien, para llegar a ser luz del mundo y sal de la tierra, es absolutamente necesario que los que han sido llamados permanezcan en comunión de vida y amor con Aquel, que se ha definido a sí mismo como “la luz del mundo”. Del mismo modo que el sarmiento no puede dar fruto, si no permanece unido a la vid, tampoco el cristiano podrá ser testigo de Jesucristo y dar frutos de santidad, si no mantiene la plena comunión con Él mediante la oración confiada, la participación frecuente en los sacramentos y la preocupación por su formación cristiana: «El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
2. El apostolado seglar una necesidad
Todavía hoy me estremecen de alegría estas expresiones del Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: "Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y una misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para practicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección"[1]. Anunciar la Buena Noticia de Jesús con la vida y con las palabras es nuestro gozo, nuestra vocación. Y, dados los profundos cambios que han experimentado los hombres y mujeres de hoy, nuestra tarea más urgente.
Porque la Iglesia tiene su centro de gravedad en Jesucristo, no puede mirarse constantemente a sí misma, entretenerse en problemillas intraeclesiales, en rivalidades y celotipias entre parroquias, movimientos o asociaciones. La Iglesia ha de permanecer unida en torno a Cristo. Porque la Iglesia no tiene la misión de iluminar al mundo con la propia luz, sino con la de Jesucristo. Siendo todavía cardenal Ratzinger, el actual Papa levantó su voz para advertir: “Cuantas más vueltas de la Iglesia sobre sí misma y no tenga ojos mas que para buscar los objetivos de su supervivencia, en esa misma medida se convertirá en superflua y se debilitará, aunque disponga de grandes medios y utilice hábiles técnicas directivas y de gestión. Si no vive en ella la primacía de Dios, no puede vivir ni dar fruto”[2]. La Iglesia con frecuencia se ocupa demasiado de sí misma y no habla con fuerza y con alegría de Dios, de Jesucristo. Entretanto, el mundo no tiene sed de conocer nuestros problemas internos, sino del mensaje que ha dado origen a la Iglesia: el fuego que Jesucristo trajo a la tierra. La crisis de nuestra cultura se funda en la ausencia de Dios y tenemos que confesar que también la crisis de la Iglesia es en buena parte la consecuencia de una difundida marginación del tema de Dios. Sólo podremos ser mensajeros creíbles del Dios viviente, si este fuego se enciende en nosotros mismos. Sólo si Cristo vive en nosotros el Evangelio anunciado por nosotros mostrará la presencia de Cristo que sigue ‘tocando’ los corazones de nuestros contemporáneos.
La Iglesia, que ha recibido el encargo de manifestar al mundo el misterio del infinito amor de Dios a sus criaturas, tiene clara conciencia de que la presentación de este misterio a cada ser humano le ayuda a descubrir el sentido de su existencia, le abre a la verdad sobre su dignidad y le permite esperar con paz su destino. Consciente de ello, el papa Juan Pablo II señalaba que el “hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimento de su misión: él es la primera vía fundamental de la Iglesia, vía trazada por el mismo Cristo, vía que inalterablemente pasa a través de la encarnación y de la redención” (Redemptor hominis, n. 14). El corazón humano constitutivamente esta inquieto, dentro de él anida un anhelo de plenitud que no se puede saciar con ideas, con conceptos, y ni siquiera con valores. Lo único que responde a la condición profunda del hombre es el encuentro con un gran amor, con un gran afecto que defina radicalmente la vida y que la reconduzca hacia un horizonte de libertad y no hacia una prisión. Esto no lo puede hacer una abstracción. Esto sólo lo puede hacer una Persona, un acontecimiento, un rostro concreto que nos interpela y que nos acoge de manera incondicional, absoluta. Para que el apostolado seglar sea auténticamente vitalizado necesita de hombres y mujeres concretos que tomen en serio su humanidad, que no evadan las preguntas y cuestiones que se suscitan cuando la vida se estremece. De esta manera, asumiendo una personalísima responsabilidad, tendremos que vivir el riesgo que implica transitar por un camino arduo en el que muchas voces invitan a la desesperanza, a la apatía o a la soñolencia.
3. El apostolado seglar fuente de alegría
Es, cuando menos curioso, si no asombroso, que una Papa con más de 80 años insista con una fuerza inusitada en que el Dios que nos revela Jesucristo es fuente de vida, de amor, de belleza, de alegría. Copio algunos textos suyos que merecen ser leídos y releídos porque son conmovedores: “Únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo”[3]. Son palabras del Papa en la inauguración de su ministerio como sucesor de Pedro. Y añadía a continuación: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo” con este grito invitaba a jóvenes y adultos a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón a Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.
“Me gustaría hacer comprender a los jóvenes –decía poco antes de salir para la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia- que es bonito ser cristiano. Existe la idea difusa de que los cristianos debemos observar muchos mandamientos, prohibiciones, etc… agobiantes y opresivos. Yo quiero dejar claro que nos sostiene un gran Amor. Que la revelación no es un peso, sino unas alas, y que es bonito ser cristiano”[4].
En su viaje a Francia declaraba: “Para nosotros, cristianos de hoy en este mundo secularizado, es importante vivir con alegría la libertad de nuestra fe, vivir la belleza de la fe, y mostrar al mundo de hoy que es bello ser creyente, que es bello conocer a Dios, Dios con un rostro humano en Jesucristo, mostrar la posibilidad de ser creyente hoy, e incluso que es necesario para la sociedad de hoy que haya hombres que conocen a Dios y que, por tanto, puedan vivir según los grandes valores que nos ha dado y contribuir a la presencia de valores que son fundamentales para la construcción y supervivencia de nuestros Estados y sociedades”[5]
“Esta es la primavera: una nueva vida de personas convencidas con el gozo de la fe. […] Podemos vivir en el futuro. Diría que si tenemos jóvenes que realmente viven la alegría de la fe y viven además la irradiación de esta alegría; tenemos entonces a un grupo de personas que le dicen al mundo ‘incluso si no podemos compartirla, si no podemos convertir a nadie en este momento, aquí está la forma para vivir el mañana’“[6].
La fe cristiana debe ser entendida y vivida como la alegría y el gozo de la Pascua. La Iglesia misma nace como alegría compartida, porque la alegría es enemiga del egoísmo y de la cerrazón en la propia satisfacción. La alegría es manantial de apertura misionera, porque es por definición invitación, convocatoria y acogida. La alegría es especialmente sensible a los que lloran o están marginados, a los excluidos y humillados. La alegría transfigura la realidad porque los ojos alegres convierten en belleza lo que miran: lo reconocen y le ofrecen hospitalidad.
No se trata de cualquier alegría o de la alegría a cualquier precio. «La alegría –manifestaba el cardenal Ratzinger en el libro-entrevista La sal de la tierra- es el elemento constitutivo del cristianismo (somos amados por Dios de modo absoluto). Alegría, no en el sentido de diversión superficial, que puede ocultar en su fondo la desesperación. Sabemos bien que el alboroto es, a menudo, una máscara de la desesperación. Me refiero a la alegría propiamente dicha, que es compatible con las dificultades de nuestra existencia… Precisamente cuando se quiere resistir al Mal, conviene no caer en un moralismo sombrío y taciturno, que no es capaz de alegrarse con nada; por el contrario, hay que mirar toda la belleza que hay y, a partir de ahí, oponer una fuerte resistencia a lo que destruye la alegría».
“¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia!” (Rom 10, 15). Con esta expresión, el apóstol Pablo, citando al profeta Isaías (Is 52, 7), nos presenta la realidad y la grandeza de la misión apostólica. En medio de tantas malas noticias de guerras, marginación, paro laboral y dificultades para el digno sustento de tantas personas, los apóstoles y la Iglesia hemos recibido la incomparable misión de anunciar al hombre de todos los tiempos una muy buena noticia, la mejor de todas: ¡Dios te ama. Cristo ha muerto por ti! Con el envío del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, la Iglesia recibe el encargo de ofrecer a todos los hombres el anuncio alegre del amor, de la misericordia entrañable y de la salvación de Dios.
Esta alegría no puede apoyarse en la ignorancia de las dificultades del momento. Ser cristiano no es ser ingenuo. Pero los obstáculos de todo tipo no nos asustan porque confiamos en la bondad de Dios y en el valor del evangelio y de la persona de Jesucristo. La Buena Noticia de Jesús vale hoy como ayer, responde a las aspiraciones más profundas de los corazones, es capaz de despertar la fe y llenar la vida de nuestros jóvenes. Con la alegría nos vendrá la confianza que necesitamos para emprender una labor apostólica verdaderamente evangelizadora, una actividad pastoral que salga de los límites de nuestra rutina y vaya a buscar gente nueva, a anunciar el evangelio a los que no frecuentan nuestros templos ni nuestras reuniones. No es soberbia ni petulancia pensar que tenemos algo importante que aportar a la vida de las personas y a la vida de la sociedad. El conocimiento de Cristo y la fe en Dios es la ayuda mejor para que haya personas felices y para la justicia y la estabilidad en nuestra sociedad. En otros países más democráticos y más laicos que el nuestro estas afirmaciones comienzan a ser reconocidas también por los políticos.
Contemplando la actuación del Maestro y dejándonos empapar por sus sentimientos, estaremos preparados para llevar a cabo la misión desde una actitud de desprendimiento, de gratitud y disponibilidad, asumiendo con gozo y paz la posibilidad de encontrarnos con rechazo y oposición. Como nos recuerda insistentemente el Evangelio, los discípulos no son más que el Maestro y, por tanto, deben estar preparados para asumir el sufrimiento, la incomprensión y la persecución, como los asumió Él mismo. En medio de todo, el discípulo no debe temer, porque el Espíritu le recordará lo que tiene que decir y el Padre cuidará de él. La única preocupación del discípulo debe ser la de vivir con fidelidad las exigencias evangélicas, asumiendo cada día la cruz de Jesús (Mt 10, 32-39).
Pensando en la urgencia de impulsar una nueva evangelización y buscando ofrecer plena liberación y salvación a todo ser humano como concreción del Reino de Dios, Juan Pablo II presentaba en Christifideles laici y en Novo millennio ineunte un conjunto de propuestas que la Iglesia y, de modo especial los cristianos laicos, “como nuevos protagonistas en las fronteras de la historia”, deberían asumir como un servicio a la persona y a la sociedad en virtud de su “índole secular”. Estas propuestas siguen teniendo plena vigencia y actualidad. Entres ellas, cabe destacar la misión de ayudar a cada ser humano a descubrir su dignidad inviolable, la de exigir el respeto de los derechos humanos. Entre estos derechos podríamos destacar el derecho sagrado a la vida desde la concepción a la muerte natural, el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, el derecho al trabajo y a una vivienda digna... El reconocimiento efectivo de estos derechos está entre los bienes más altos y los deberes más graves de todo pueblo que verdaderamente quiera asegurar el bien de la persona y de la sociedad.
Juntamente con la defensa de estos derechos de la persona, los cristianos laicos no deben olvidar que la defensa y la promoción del matrimonio cristiano y de la familia constituyen el primer campo para su compromiso social, teniendo en cuenta el valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia. Por otra parte, ante los problemas provocados por el desequilibrio ecológico, que puede hacer inhabitables determinadas zonas del planeta, o ante los problemas de la paz constantemente amenazada por el afán de poder, por el terrorismo y por las guerras, los cristianos no podemos cerrar los ojos ni mirar en otra dirección.
En este momento de crisis económica, que afecta de un modo especial a los más desfavorecidos de la sociedad, es preciso que todos los cristianos denunciemos las injusticias sociales, busquemos el bien común e impulsemos el compromiso caritativo de todos los miembros del pueblo de Dios, como alma y apoyo de la solidaridad para con los más necesitados. Con este conjunto de propuestas y de compromisos, la Iglesia no pretende imponer a los no creyentes una exigencia de su fe o de sus convicciones religiosas, sino defender un conjunto de valores que tienen su fundamento en la naturaleza misma del ser humano.
4. Desde nuestras pobrezas, limitaciones y debilidades
La grandeza de la vocación cristiana, la responsabilidad que implica y los desafíos y tareas que tiene que afrontar, ponen a la luz la tremenda desproporción entre la misión encomendada y el peso de las propias limitaciones, pobrezas y debilidades. Pero no se trata de quedarnos paralizados y como impotentes. Es verdad que Jesús ha dicho: “sin Mí, nada podéis hacer”. Pero ha prometido: “Yo estoy con vosotros siempre hasta el fin del mundo”. El se nos hace presente con la luz, la fuerza y el consuelo del Espíritu Santo, el Consolador que Cristo nos envía desde el Padre. El transformó un día el corazón y la mente de los apóstoles y hoy hace lo mismo con nosotros, los llamados a ser testigos de la Buena Noticia en nuestro mundo.
En este sentido, es tarea fundamental saber edificar y proponer comunidades cristianas que ayuden a los fieles laicos a vivir su vocación, a educarlos en la fe, a crecer en santidad a ser protagonistas de la misión y dar testimonio de servicio en el mundo. Es decir, los fieles laicos tienen necesidad de ser atraídos e incorporados, abrazados y sostenidos, acompañados y alimentados por comunidades cristianas que sean para ellos ámbito de vida nueva, signos y reflejos del misterio de comunión, compañías fraternas y exigentes de discípulos de Cristo, método y escuelas educativos, sostén de un gran amor para la propia vida. No basta la asistencia periódica a ritos religiosos, ni referencias abstractas a la Iglesia, ni la multiplicación activista de programas e iniciativas. Son necesarios, más que nunca, ambientes comunitarios, conformes al ser de la Iglesia en sus dimensiones sacramentales, comunitarias, catequéticas y caritativas, en los cuales se pueda vivir la vocación cristiana de manera razonable, persuasiva, atractiva, exigentes hasta la radicalidad, misericordiosa y compasiva, llena de fidelidad y esperanza. A ello están llamadas a ser todas las comunidades cristianas, comenzando por las familias cristianas y las parroquias.
Consciente de las dificultades del momento presente para la evangelización, quiero agradeceros a todos los cristianos comprometidos testimonio de fe, vuestro amor a la Iglesia y vuestra inquietud evangelizadora. El Espíritu Santo, que enriquece a su Iglesia con múltiples dones y carismas, continúa actuando en el mundo y en nuestros corazones para que, desde la contemplación del amor de Dios, trabajemos por la comunión eclesial y vivamos con entusiasmo la misión. Os invito a todos a mirar con esperanza el futuro y a proseguir en el camino de la conversión personal y comunitaria al Señor. No os encerréis en cuestiones pasajeras ni os dejéis embaucar por un mundo que pierde el tiempo en discusiones estériles. Con la fuerza del Espíritu, asumid la gozosa misión de ofrecer la Buena Noticia de la salvación de Dios a todos los hombres. Y cuando surjan las dificultades y las incomprensiones, poned vuestras vidas en las manos del Señor, pedid su ayuda y seguid el ejemplo de los grandes evangelizadores para buscar el momento oportuno y la palabra adecuada para anunciar a Jesucristo.
“La extraordinaria fusión entre amor de Dios y amor al prójimo embellece la vida y hace que vuelva a florecer el desierto en el que a menudo vivimos. Donde la caridad se manifiesta como pasión por la vida y por el destino de los demás, irradiándose en los afectos y en el trabajo, y convirtiéndose en fuerza de construcción de un orden social más justo, allí se construye la civilización capaz de frenar el avance de la barbarie. Sed constructores de un mundo mejor según el ordo amoris en el que se manifiesta la belleza de la vida humana”[7].
“Me dicen con frecuencia que hay escasez de sacerdotes y no seré yo quien lo niegue; pero me parece que lo que más escasean son sacerdotes unidos a seglares formando un solo corazón y una sola alma, verdaderas células de Iglesia” (Guillermo Rovirosa)
EL CÁNTARO
Un cargador de agua en la India tenía dos grandes cántaros que colocaba en la extremidad de una vara que él llevaba al hombro.
Uno de los cántaros tenía una rajadura, mientras que el otro era perfecto y entregaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando llegaba, el cántaro defectuoso sólo contenía la mitad del agua. Por dos años completos sucedió esto diariamente.
El cántaro perfecto estaba muy orgulloso de su éxito. Era perfecto para los fines para que fue creado. Estaba demasiado arrogante. Mientras el pobre cántaro rajado estaba muy avergonzado de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía lograr la mitad de lo que debía hacer. Después de dos años él mismo le dijo al cargador de agua:
--Estoy avergonzado de mí mismo y quiero disculparme contigo.
--¿Por qué?, le preguntó el cargador de agua.
--Debido a mis rajaduras, sólo puedo entregar la mitad de mi carga. Debido a mis rajaduras, sólo tengo la mitad del valor que debería tener. El cargador de agua se sintió muy entristecido por el cántaro y con una gran compasión le dijo:
--Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que note las bellísimas flores que crecen a la orilla del camino...
Así lo hizo y de hecho, vio muchísimas hermosas flores a la orilla de todo el camino, pero todavía estaba muy triste porque, al final, nuevamente sólo había logrado llevar la mitad de su carga. El cargador de agua le dijo:
--¿No te diste cuenta que las flores sólo crecen de tu lado en el camino? Siempre supe de tus rajaduras y quise sacar ventajas de ellas. Sembré flores a lo largo de todo el camino. Y, por donde pasabas, todos los días tú las regaste. Por dos años yo pude recoger estas flores para adornar la casa de mi maestro. ¡Si no fueras exactamente como eres, él no tendría esa belleza sobre su mesa!
Cada uno de nosotros tiene sus propias rajaduras. Somos cántaros que, aun con defectos, podemos adornar el camino adonde vamos. A su tiempo seremos transformados, pero mientras eso no pasa, ningún cántaro será desperdiciado o rechazado, pues Dios hace los cántaros y también sabe cómo repararlos... y solamente El hace eso....
[1] PABLO VI, EN. 14.
[2]Cardenal J. RATZINGER en La Razón 23 de abril de 2001.
[3] BENEDICTO XVI, Homilía de inauguración del ministerio petrino.
[4] BENEDICTO XVI, Entrevista en Radio Vaticano 14.08.05
[5] BENEDICTO XVI, Viaje a Francia, 2008.
[6] Cardenal RATZINGER, en el canal de televisión EWTN de USA, 24 de agosto de 2003.
[7] BENEDICTO XVI, Mensaje a los movimientos, 3 de Junio de 2006
Medalla de Oro al Mérito Ciudadano a la Compañía de María
Esta orden religiosa nació hace 400 años en la localidad francesa de Burdeos y se extendió por toda Europa. En Santiago, fueron seis religiosas llegadas de Tudela las que, apoyadas por el arzobispo Rajoy, pusieron en marcha el camino de la Compañía de María en Compostela en 1759. Inicialmente se hospedaron en el antiguo hospital de San Benito do Campo, hoy plaza de Cervantes, donde permanecieron hasta 1765, año en que se trasladaron a su actual sede, en la calle de la Enseñanza, que lleva el mismo nombre con que se conoce popularmente a este centro educativo.
Aunque nació centrado en la educación de las mujeres, hoy todos los colegios de la orden son mixtos y concertados y están plenamente adaptados a los cambios culturales, sociales e históricos que «marcan os novos tempos», según recoge el anuncio sobre la declaración institucional realizado ayer por el Ayuntamiento.
Las monjas de la Compañía de María fueron pioneras en la creación de la escuela de padres y madres, con el fin de hacerlos partícipes de la educación de sus hijos y crear a un tiempo un canal de comunicación fluida entre la institución y las familias. Ahora mismo, en Santiago atiende a unos 1.200 alumnos de entre 3 y 17 años y la orden destaca por su participación en la vida de la ciudad, trabajando de forma especial en los barrios de Compostela, según los méritos que le reconoce igualmente el Concello. La orden fundó dos escuelas infantiles, Raiola, en el Castiñeiriño, y A Casa do Neno, en San Lázaro. Esta última continúa bajo su dirección. Asimismo, participan como voluntarias en Cáritas, Proxecto Home y en el Cottolengo.
La Voz de Galicia
De la PARED al CORAZÓN
He de suponer que, por esa sentencia de tan alto Tribunal, los crucifijos violadores habrán de ser retirados de las aulas escolares.
Conocí a un niño que, cuando el corazón se lo pedía, descolgaba de la pared del cuarto familiar el crucifijo de cartón piedra y madera, y lo llevaba ‘a cuestas’ por la casa, tal vez por imitar lo que aquel crucificado había hecho, tal vez por ayudarle a llevar una cruz demasiado grande para hombre tan pequeño. En todo caso, por sentencia emanada en el tribunal de aquel niño, el crucifijo era retirado de su lugar en la pared, condenado por amor a ser cargado sobre las espaldas todopoderosas de la compasión infantil.
Un creyente nunca deja crucifijos en las paredes. Los baja desde la efigie yerta a la carne viva, desde el cartón piedra al propio cuerpo, porque es en la vida real donde Cristo anda crucificado, y es en los pobres donde lo encontramos herido.
Lo demás, expulsar crucifijos de las escuelas, me parece sólo un intento nuevo de sellar en la clandestinidad, como en un sepulcro, la memoria del amor que Dios nos tiene. ¡No hay albañil ni soldado ni juez que pueda hacerlo!
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Táng
lunes, 9 de noviembre de 2009
Constitución Apostólica "Anglicanorum coetibus"
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
ANGLICANORUM COETIBUS
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
SOBRE LA INSTITUCIÓN DE ORDINARIATOS PERSONALES PARA LOS ANGLICANOS QUE INGRESAN EN LA PLENA COMUNIÓN CON LA IGLESIA CATÓLICA
En estos últimos tiempos, el Espíritu Santo ha impulsado a grupos anglicanos a pedir varias veces e insistentemente ser recibidos, también corporativamente, en la plena comunión católica y esta Sede Apostólica ha acogido benévolamente su pedido. El Sucesor de Pedro, de hecho, que tiene del Señor Jesús el mandato de garantizar la unidad del episcopado y de presidir y tutelar la comunión universal de todas las Iglesias [1], no puede no predisponer los medios para que tal santo deseo puede ser realizado.
La Iglesia, pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo [2], ha sido instituida por Nuestro Señor Jesucristo como “el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” [3]. Toda división entre los bautizados en Jesucristo es una herida a lo que la Iglesia es y a aquello por lo que la Iglesia existe; de hecho “no sólo se opone abiertamente a la voluntad de Cristo sino que es también escándalo para el mundo y daña la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda creatura” [4]. Precisamente por esto, antes de derramar su sangre por la salvación del mundo, el Señor Jesús ha orado al Padre por la unidad de sus discípulos [5].
Es el Espíritu Santo, principio de unidad, quien constituye a la Iglesia como comunión [6]. Él es el principio de la unidad de los fieles en la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan y en la oración [7]. La Iglesia, sin embargo, por analogía con el misterio del Verbo encarnado, no es sólo una comunión invisible, espiritual, sino también visible [8]; de hecho, “la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino” [9]. La comunión de los bautizados en la enseñanza de los Apóstoles y en la fracción del pan eucarístico se manifiesta visiblemente en los vínculos de la profesión de la integridad de la fe, de la celebración de todos los sacramentos instituidos por Cristo y del gobierno del Colegio de los Obispos unidos con su cabeza, el Romano Pontífice. [10]
La única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo profesamos como una, santa, católica y apostólica, “subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica”. [11]
A la luz de tales principios eclesiológicos, con esta Constitución Apostólica se provee una normativa general que regule la institución y la vida de los Ordinariatos Personales para aquellos fieles anglicanos que desean entrar corporativamente en plena comunión con la Iglesia Católica. Tal normativa está complementada por las Normas Complementarias emanadas por la Sede Apostólica.
I. § 1. Los Ordinariatos Personales para Anglicanos que entran en la plena comunión con la Iglesia Católica son erigidos por la Congregación para la Doctrina de la Fe dentro de los confines territoriales de una determinada Conferencia Episcopal, después de haber consultado a la misma Conferencia.
§ 2. En el territorio de una Conferencia de Obispos, pueden ser erigidos uno o más Ordinariatos, según las necesidades.
§ 3. Cada Ordinariato ipso iure goza de personalidad jurídica pública; es jurídicamente equiparable a una diócesis. [12]
§ 4. El Ordinariato está formado por fieles laicos, clérigos y miembros de Institutos de Vida Consagrada o de Sociedades de Vida Apostólica, originariamente pertenecientes a la Comunión Anglicana y ahora en plena comunión con la Iglesia Católica, o bien aquellos que reciben los Sacramentos de la Iniciación en la jurisdicción del Ordinariato mismo.
§ 5. El Catecismo de la Iglesia Católica es la expresión auténtica de la fe católica profesada por los miembros del Ordinariato.
II. El Ordinariato Personal está regido por las normas del derecho universal y de la presente Constitución Apostólica y está sujeto a la Congregación para la Doctrina de la Fe y a los otros Dicasterios de la Curia Romana según sus competencias. Está también regido por las Normas Complementarias y otras eventuales Normas específicas dadas para cada Ordinariato.
III. Sin excluir las celebraciones litúrgicas según el Rito Romano, el Ordinariato tiene la facultad de celebrar la Eucaristía y los otros Sacramentos, la Liturgia de las Horas y las otras acciones litúrgicas según los libros litúrgicos propios de la tradición anglicana aprobados por la Santa Sede, a fin de mantener vivos en el interior de la Iglesia Católica las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales de la Comunión Anglicana, como don precioso para alimentar la fe de sus miembros y riqueza para compartir.
IV. Un Ordinariato Personal está confiado al cuidado pastoral de un Ordinario nombrado por el Romano Pontífice.
V. La potestad (potestas) del Ordinario es:
a. ordinaria: unida por el mismo derecho al oficio conferido por el Romano Pontífice, para el fuero interno y el fuero externo;
b. vicaria: ejercida en nombre del Romano Pontífice;
c. personal: ejercida sobre todos aquellos que pertenecen al Ordinariato.
Ésta es ejercida en modo conjunto con la del Obispo diocesano local en los casos previstos por las Normas Complementarias.
VI. § 1. Aquellos que han ejercido el ministerio de diáconos, presbíteros u obispos anglicanos, que responden a los requisitos establecidos por el derecho canónico [13] y no están impedidos por irregularidades u otros impedimentos, [14] pueden ser aceptados por el Ordinario como candidatos para las Sagradas Órdenes en la Iglesia Católica. Para los ministros casados, se han de observar las normas de la Encíclica de Pablo VI Sacerdotalis Coelibatus, n. 42, [15] y de la Declaración In June [16]. Los ministros no casados deben atenerse a la norma del celibato clerical según el can. 277, § 1.
§2 El Ordinario, en plena observancia de la disciplina del celibato clerical en la Iglesia latina, pro regula admitirá sólo a hombres célibes al orden del presbiterado. Podrá pedir al Romano Pontífice, como una derogación del can 277, §1, admitir caso por caso al Orden Sagrado del presbiterado también a hombres casados, según los criterios objetivos aprobados por la Santa Sede.
§ 3. La incardinación de los clérigos estará regulada según las normas del derecho canónico.
§ 4. Los presbíteros incardinados en un Ordinariato, que constituyen su presbiterio, deben cultivar también un vínculo de unidad con el presbiterio de la Diócesis en cuyo territorio desarrollan su ministerio; deberán favorecer iniciativas y actividades pastorales y caritativas conjuntas, que podrán ser objeto de acuerdos estipulados entre el Ordinario y el Obispo diocesano local.
§ 5. Los candidatos a las Sagradas Órdenes en un Ordinariato serán formados junto a los otros seminaristas, especialmente en los ámbitos doctrinal y pastoral. Para tener en cuenta las necesidades particulares de los seminaristas del Ordinariato y de su formación en el patrimonio anglicano, el Ordinario puede establecer programas para desarrollar en el seminario o también erigir casas de formación, unidas a facultades de teología ya existentes.
VII. El Ordinario, con la aprobación de la Santa Sede, puede erigir nuevos Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica y promover a los miembros a las Sagradas Órdenes, según las normas del derecho canónico. Institutos de Vida Consagrada provenientes del Anglicanismo y ahora en plena comunión con la Iglesia Católica, pueden ser sometidos a la jurisdicción del Ordinario por mutuo acuerdo.
VIII. § 1. El Ordinario, según la norma del derecho, después de haber oído el parecer del Obispo diocesano del lugar, puede, con el consentimiento de la Santa Sede, erigir parroquias personales, para el cuidado pastoral de los fieles pertenecientes al Ordinariato.
§ 2. Los párrocos del Ordinariato gozan de todos los derechos y están sujetos a todas las obligaciones previstas en el Código de Derecho Canónico, que, en los casos establecidos en las Normas Complementarias, son ejercidos en mutua ayuda pastoral con los párrocos de la Diócesis en cuyo territorio se encuentra la parroquia personal del Ordinariato.
IX. Tanto los fieles laicos como los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que provienen del Anglicanismo y desean formar parte del Ordinariato Personal, deben manifestar esta voluntad por escrito.
X. § 1. El Ordinario es asistido en su gobierno por un Consejo de gobierno, regulado por Estatutos aprobados por el Ordinario y confirmados por la Santa Sede. [17]
§ 2. El Consejo de gobierno, presidido por el Ordinario, está compuesto por al menos seis sacerdotes y ejerce las funciones establecidas en el Código de Derecho Canónico para el Consejo Presbiteral y el Colegio de Consultores y aquellas especificadas en las Normas Complementarias.
§ 3. El Ordinario debe constituir un Consejo para los asuntos económicos, según la norma del Código de Derecho Canónico y con las funciones establecidas por éste. [18]
§ 4. Para favorecer la consulta de los fieles, en el Ordinariato debe ser constituido un Consejo Pastoral. [19]
XI. El Ordinario debe ir a Roma cada cinco años para la visita ad limina Apostolorum y, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en comunicación también con la Congregación para los Obispos y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, debe presentar al Romano Pontífice un informe sobre el estado del Ordinariato.
XII. Para las causas judiciales, el tribunal competente es el de la Diócesis en que tiene domicilio una de las partes, salvo que el Ordinariato haya constituido un tribunal propio, en cuyo caso el tribunal de segunda instancia será el designado por el Ordinariato y aprobado por la Santa Sede.
XIII. El Decreto que erigirá un Ordinariato determinará el lugar de la sede del Ordinariato mismo y, si lo considera oportuno, también su iglesia principal.
Queremos que estas disposiciones y normas nuestras sean válidas y eficaces ahora y en el futuro, no obstante, si fuese necesario, las Constituciones y las Ordenanzas Apostólicas emanadas por nuestros predecesores, y toda otra prescripción, incluso las dignas de particular mención y derogación.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 4 de noviembre de 2009, Memoria de San Carlos Borromeo.
BENEDICTUS PP . XVI
Notas
[1] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Cost. dogm. Lumen gentium, 23; Congregación per la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 12; 13.
[2] Cf. Cost. dogm. Lumen gentium, 4; Decr. Unitatis redintegratio, 2.
[3] Cost. dogm. Lumen gentium 1.
[4] Decr. Unitatis redintegratio, 1.
[5] Cf. Gv 17,20-21; Decr. Unitatis redintegratio, 2.
[6] Cf. Cost. dogm. Lumen gentium, 13.
[7] Cf. Ibidem; At 2,42.
[8] Cf. Cost. dogm. Lumen gentium, 8; Carta Communionis notio, 4.
[9] Cost. dogm. Lumen gentium, 8.
[10] Cf. CIC, can. 205; Cost. dogm. Lumen gentium, 13; 14; 21; 22; Decr. Unitatis redintegratio, 2; 3; 4; 15; 20; Decr. Christus Dominus, 4; Decr. Ad gentes, 22.
[11] Cost. dogm. Lumen gentium, 8; Decr. Unitatis redintegratio, 1; 3; 4; Congregación per la Doctrina de Fe, Dich. Dominus Iesus, 16.
[12] Cf. Juan Pablo II, Const. Ap. Spirituali militum curae, 21 aprile 1986, I § 1.
[13] Cf. CIC, cann. 1026-1032.
[14] Cf. CIC, cann. 1040-1049.
[15] Cf. AAS 59 (1967) 674.
[16] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración del 1° abril 1981, en Enchiridion Vaticanum 7, 1213.
[17] Cf. CIC, cann. 495-502.
[18] Cf. CIC, cann. 492-494.
[19] Cf. CIC, can. 511.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Cardenal Bertone: ESCUELAS europeas SIN CRUCIFIJOS y con CALABAZAS
"Esta Europa del tercer milenio sólo nos deja las calabazas de las fiestas repetidamente celebradas y nos quita los símbolos más queridos", afirma el cardenal Tarcisio Bertone SDB., en un comentario recogido por la edición del 5 de noviembre de "L'Osservatore Romano".
"Se trata verdaderamente de una pérdida. Tenemos que tratar con todas las fuerzas de conservar los signos de nuestra fe para quien cree y para quien no cree", asegura el purpurado italiano.
Tras manifestar su "aprecio" por la iniciativa del gobierno italiano de presentar un recurso contra la decisión de los jueces europeos, el purpurado recordó que el crucifijo es "símbolo de amor universal, no de exclusión, sino de acogida".
"Me pregunto --concluyó-- si esta sentencia es un signo razonable o no".
miércoles, 4 de noviembre de 2009
El Evangelio del Domingo
Los céntimos del amor
Domingo XXXII T. Ordinario. Ciclo B
1R 17, 10-16; Sal 145, 7-10; Hb 9, 24-28; Mc 12, 38-44
La viuda siempre ha sido una mujer desvalida. Así era en tiempos de Jesús. Y las lecturas de hoy nos proponen dos pasajes en los que la protagonista es una viuda.
En la primera lectura se nos cuenta la historia de una viuda que puso su confianza en Dios. En tiempos de carestía y sequía, cuando el alimento escaseaba, el profeta Elías pidió a aquella pobre mujer viuda que compartiera con él lo único que le quedaba: un poco de harina y una botella de aceite. La pobre de solemnidad puso su confianza en el Señor y compartió. Y no quedó defraudada, porque desde entonces: “ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor”.
Este estilo de vida, abandonándose a Dios y poniendo en Él la confianza, lo alaba Jesús cuando contempla a otra pobre viuda dejándose los pocos céntimos que tiene en el cepillo del templo. Y Jesús compara aquellos céntimos de la viuda con los euros del rico soberbio. Para el Maestro, tienen más valor los pocos céntimos de la viuda que los billetes del rico: la viuda sobre todo echó en el cepillo la abundancia de su confianza en el Señor. El rico quería confirmar, con su generoso donativo, la garantía de la seguridad de su riqueza.
¿Por qué será que hoy están en boga las “artes” de adivinar, los videntes, horóscopos, amuletos, piedras de la suerte...? La pregunta con la que nos topamos es seria, y la podríamos formular así: ¿Dios es verdaderamente para nosotros el “Dios” en el que confiamos? ¿Dónde tenemos puesta nuestra esperanza? Nos hemos acostumbrado a asegurarlo todo. Y hay cosas que no dependen de un seguro de vida, sino de la generosidad de entregar la vida. La salvación no viene de nuestro poder, sino que es el regalo de la gracia a aquel que la busca con sincero corazón.
No se compra lo que no tiene precio. Y el amor de Dios es impagable y sólo admite la paga del propio amor: “Amor con amor se paga”. Y las dos viudas de las lecturas de hoy eran pobres con un corazón de oro: ganaron su salvación con “los céntimos de su amor”.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Evitar abortos ha sido, es y será una cuestión de educación. Nos espera a todos una hermosa tarea.
Cuando la ley olvida las exigencias del amor…
El amor tiene leyes que la ley no debe anular. Una madre sabe que es una con su hijo y que es distinta de su hijo, sabe que el amor transforma lo personal en compartido, sabe que no podrá olvidar al hijo sin olvidar la propia carne, sabe que no podrá abandonarlo sin perderse a sí misma, sabe que no podrá despreciarlo sin herir la propia dignidad.
Lo que el amor une, sólo el amor reclamará a su tiempo separarlo para hacer posible la vida.
Cuando la ley olvida las exigencias del amor, no esperes que el fruto de la ley sea la justicia, teme más bien que será la muerte. ¡Las madres lo saben! ¡Las gentes de las fronteras también!
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
viernes, 11 de septiembre de 2009
sábado, 5 de septiembre de 2009
Novo Directorio de Catequese da Diocese de Mondoñedo-Ferrol
Extracto de la normativa aprobada para
la Iniciación cristiana en la infancia-adolescencia
“Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (CEC 1213).
1. Responsabilidad de los padres
El sacramento del Bautismo, administrado a los niños al poco tiempo de nacer, debe considerarse como el comienzo del proceso de Iniciación cristiana, que se completará con la educación de la fe y la celebración de los demás sacramentos. Responsables de que se realice este proceso serán, en primer lugar, los padres, también los padrinos y la comunidad cristiana .
2. Preparación de los padres
Los padres deben comunicar a la parroquia a la que pertenecen, con antelación suficiente, el deseo de que su hijo sea admitido al sacramento del Bautismo, a fin de disponer del tiempo necesario para la preparación.
No se deberá proceder al bautismo de niños, fuera de peligro de muerte, sin haber realizado una catequesis previa con los padres, a fin de esclarecer sus motivaciones, su compromiso de fe eclesial y de la educación cristiana de sus hijos, así como para la explicación de la liturgia bautismal. También los padrinos participarán en esta preparación, ya que “la acogida de los padres y padrinos reviste una gran importancia, y no debería reducirse a una simple preparación ceremonial de la celebración del bautismo de sus hijos” .
En muchos lugares, lo más práctico será la visita a la familia. En las parroquias más pobladas podrán organizarse periódicamente reuniones prebautismales.
Con respecto a los padrinos se recuerda la normativa vigente, que entre otras condiciones, hay que tener presentes las siguientes: haber cumplido los dieciséis años, ser católico, estar confirmado, llevar una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir.
3. Lugar de celebración
Será la comunidad parroquial donde residen los padres. Si por alguna razón el sacramento se ha de celebrar en otra parroquia, ha de constar que los padres han recibido la debida preparación. En caso contrario, se les facilitará, teniendo en cuenta todos estos criterios generales.
La naturaleza de este sacramento, como en todos los sacramentos, pide que su celebración sea comunitaria, lo que se define no tanto por el número de bautizandos, como por la participación y celebración activa de la comunidad parroquial, lo cual no significa que necesariamente tenga que celebrarse en la Eucaristía dominical.
4. Tiempo de celebración
Se recomienda en sábados y domingos, con la participación de la asamblea cristiana. Tiempo bautismal por excelencia es la Pascua, en el que adquiere mayor actualidad la incorporación de los bautizados al misterio pascual de Jesucristo. Al menos, los nacidos en Cuaresma deberían ser bautizados en la Noche de Pascua o el Domingo de Resurrección, siguiendo la antiquísima tradición de la Iglesia. Sin embargo, en los casos de situaciones de irregularidad de los padres con respecto al matrimonio canónico, a juicio del párroco, se pueden hacer excepciones y celebrarlo en un ámbito de más privacidad.
5. Casos especiales
Cuando padres poco creyentes, practicantes ocasionales o alejados de la comunidad cristiana, piden el Bautismo para sus hijos, es necesario dedicarles atención especial, manteniendo con ellos los encuentros que sean necesarios a fin de obtener, por medio de la acogida y el diálogo comprensivo y catequético, suficientes garantías de que el niño, una vez bautizado, recibirá la educación cristiana exigida por el Sacramento.
Siempre que existan garantías razonables para una posterior educación en la fe y la vida cristiana, no se deberá rechazar ni diferir el bautismo de los recién nacidos. Esta garantía han de ofrecerla los padres, como primeros y principales educadores de sus hijos. Sólo subsidiariamente podrán suplirlos, cuando ellos ni se comprometen ni se oponen, familiares próximos o los padrinos. En algún caso especial, podrá asumir esta suplencia la misma comunidad cristiana a través de algún catequista o seglar comprometido con la Iglesia. Este principio general ha de aplicarse cuando los padres se hallan en situaciones canónicamente irregulares.
En las situaciones en que los padres no estén debidamente preparados, la demora del bautismo de sus hijos no debe considerarse como un medio de presión o castigo, ni deben darse motivos para esta interpretación. Sólo está justificada por el diálogo necesario para hacer progresar a la familia en la fe y ayudarles a tomar mayor conciencia de sus responsabilidades.
6. Catequesis bautismal
A la mejor comprensión de estas normas ayudará el desarrollo en la comunidad de una constante catequesis sobre el sacramento del Bautismo , su significado, sus implicaciones y exigencias y su relación con los demás sacramentos. Los objetivos de la catequesis bautismal pueden ser:
1) Ayudar a reflexionar a los padres sobre la situación de su fe y las motivaciones de la petición del Bautismo.
2) Suscitar la conversión y la adhesión global al Evangelio, cuando se trata de padres indiferentes o alejados.
3) Reavivar en los padres y padrinos una fe más consciente y activa.
4) Asegurar la fecundidad del sacramento del Bautismo tanto respecto a la educación en la fe de los niños (identidad cristiana) como en la incorporación a la comunidad parroquial para la construcción de una Iglesia comunitaria y evangelizadora (identidad eclesial).
5) Explicar el sentido del sacramento del Bautismo y el Ritual del mismo.
También ayudará a revalorizar el Sacramento del Bautismo la participación de la comunidad en su celebración y la seriedad con que se aborde el proceso de la Iniciación cristiana desde la catequesis de la comunidad, en conexión con la familia.
7. Despertar religioso
El despertar religioso es consecuencia del Bautismo recibido y condición necesaria para la posterior catequesis de Iniciación cristiana. Pastoralmente, pues, es primordial que se mantenga una relación directa y frecuente con los padres y las familias, a través del encuentro personal, el recuerdo en el aniversario del Bautismo, la celebración de la presentación de los bautizados en la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor, etc., así como facilitar elementos catequéticos y oracionales para ayudar a las familias en este cometido .
Este despertar religioso, al que el niño bautizado tiene derecho, por desgracia no se da siempre en el seno de las familias, con grave detrimento para la construcción de la personalidad creyente. Esta ruptura de la tradición educativo-cristiana, hasta hace poco mantenida de modo general en el seno de las familias, exige una vigorosa acción de la Iglesia en los tiempos actuales.
“La Sagrada Eucaristía culmina la Iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor” (CCE 1322).
“La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (CCE 1324).
1. Catequesis previa
Para la participación en los Sacramentos es necesario e imprescindible que los niños tengan un cierto grado de madurez garantizado, de alguna manera, por la edad, el nivel de estudios y el proceso catequético desarrollado. No obstante, hay que tener en cuenta particularmente y con especial atención a los discapacitados psíquicos, lo que requiere una adaptación a su capacidad de comprensión y vivencia de la fe.
La Catequesis de Primera Comunión supone y reclama una catequesis global previa, de iniciación a la fe, sobre los temas fundamentales del mensaje cristiano.
Dentro de este proceso de Iniciación cristiana, ordinariamente se inserta el despertar religioso del niño (6-7 años) y los dos cursos de catequesis de preparación a la Primera Comunión (7-8 y 8-9 años) como un momento catequético fuerte, que necesita una especial atención.
Se puede usar como recuso catequético para el despertar religioso en la familia y en la parroquia “Los primeros pasos en la fe” y los materiales complementarios adaptados. Y para la Primera Comunión se usará el catecismo “Jesús es el Señor” , publicado oficialmente por la Conferencia Episcopal Española, con los recursos catequéticos correspondientes, siempre complementarios al catecismo.
2. Edad
Con el fin de posibilitar a los niños una mayor preparación y una más consciente participación en los sacramentos, la Primera Comunión deberá celebrarse antes de finales de tercer curso de Primaria o entre los nueve y diez años.
Por tanto, como norma general, no deberá adelantarse la celebración de la Primera Comunión a esta edad.
3. Objetivos
La Catequesis de preparación inmediata a la Primera Comunión intentará conseguir los siguientes objetivos:
1) Presentar al Espíritu Santo como el que da vida a la Iglesia y que nos posibilita el encuentro con Cristo resucitado en los sacramentos.
2) Profundizar en el conocimiento de los aspectos fundamentales del Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía: memorial, sacrificio, presencia de Cristo, comunión, adoración...
3) Suscitar las actitudes cristianas básicas subyacentes a la Eucaristía: participación, acción de gracias, compromiso...
4) Iniciar a la liturgia. Es necesario educar la sensibilidad simbólica de los niños para que puedan captar la dimensión simbólica del pan, del vino, de los signos, gestos y acción de la celebración.
4. Pedagogía
La pedagogía de este momento catequético tiene algunas peculiaridades:
- Ha de hacerse a partir del signo natural de la reunión y de la comida familiar, de forma que el niño pueda ir de la experiencia de la mesa familiar a la Mesa del Señor.
- Se aconseja seguir las diversas partes de la celebración de la Misa, explicando el sentido, contenido, actitudes, etc., de cada una de ellas.
- Resaltar la unidad y relación entre los sacramentos de la Iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía, Confirmación.
- Presentar los sacramentos, no como “cosas” o “ritos mágicos”, sino como signos sensibles (agua, pan, vino...) con los que se simboliza y expresa la acción salvadora de Dios.
- Fomentar la experiencia de encuentro con Jesucristo, a través del silencio, la escucha de la Palabra, la oración y la participación en la Eucaristía con la comunidad, especialmente en el domingo, “día del Señor”.
5. Las Celebraciones
a. Celebraciones catequéticas
En la iniciación sacramental ocupan un lugar destacado las celebraciones. Las distintas catequesis han de estar acompañadas de celebraciones que permitan a los niños vivenciar la fe y expresar su experiencia religiosa, en las que el Año Litúrgico tiene que ser una referencia necesaria.
Es muy importante la presencia y participación de los padres en las celebraciones catequéticas y sacramentales.
b. Celebración Sacramental de la Eucaristía
La utilización de las plegarias eucarísticas con niños, así como el leccionario para Misas con niños, ofrecen grandes posibilidades pedagógico-pastorales.
En la celebración de la Primera Comunión han de evitarse tanto el individualismo como la masificación. En ellas es muy importante el estilo espontáneo y la calidad de las relaciones del sacerdote celebrante con los niños.
Ha de cuidarse que la Primera Comunión sea una celebración festiva y religiosa, que señale un paso importante en la educación cristiana del niño y marque, a su nivel, una fuerte experiencia de fe, evitando en lo posible que quede desvirtuada por el peso social que rodea a la celebración y los gastos excesivos y el afán consumista. Es mentalidad de la Iglesia que el vestido sea sencillo y que la celebración sea sobria, alegre y festiva, favoreciendo la participación, evitando la ostentación y toda incursión extraña que desvíe la atención y perturbe el necesario recogimiento .
c. Celebración Sacramental de la Penitencia o de la Reconciliación
La celebración de la Penitencia tiene su propia entidad y forma parte de la Iniciación cristiana, incluso realizando previamente celebraciones penitenciales no sacramentales. A fin de darle especial relieve, conviene distanciarla de la celebración de la Eucaristía. La celebración comunitaria con absolución individual es la forma idónea, ya que su carácter comunitario y festivo ofrece posibilidades para la experiencia gozosa del perdón. La catequesis previa a este sacramento ha de servir para educar la conciencia moral del niño. También es muy importante la participación de los padres en esta celebración.
6. Lugar de la celebración
El lugar más adecuado para la celebración de los sacramentos de Iniciación es la comunidad cristiana. La Primera Comunión debe celebrarse en el marco de la comunidad parroquial porque, hoy por hoy, la comunidad parroquial, a pesar de sus deficiencias, es para la mayoría de los cristianos el lugar ordinario donde celebra su fe y referencia de su pertenencia a la Iglesia. Por otra parte, el niño, que vive y crece en comunidades infantiles, homogéneas y transitorias, necesita integrarse en una comunidad adulta, heterogénea y estable.
Se recomienda que la Primera Comunión se reciba siempre en la propia Iglesia Parroquial, y sólo en casos muy especiales podrá celebrarse en iglesia distinta.
Ningún sacerdote debe prestarse a administrar la Primera Comunión a un niño de otra Parroquia si no le consta de la debida preparación catequética, ni tampoco acoger en su parroquia a niños saltándose las normas y sin previo diálogo con el sacerdote propio.
7. Implicación de los padres y las familias
La catequesis de la comunidad no puede hacerse al margen de la familia, antes bien, ha de realizarse en estrecha relación con los padres, especialmente en el período de preparación a la Primera Comunión. Para ello se han de fomentar en este período las reuniones periódicas con los padres simultáneas a la catequesis de sus hijos, no sólo para la preparación de la celebración, en la que ellos deben participar, sino también para formación y fortalecimiento de su fe personal y de su responsabilidad como primeros y principales educadores de sus hijos .
Cabe aquí perfectamente realizar lo que se denomina “catequesis familiar”: la catequesis impartida por los padres en el hogar, previa reunión de preparación en la parroquia, con la participación de las familias en la Eucaristía dominical y los encuentros periódicos con los niños en el ámbito de la comunidad parroquial.
8. Continuidad
Ni la Iniciación cristiana ni la catequesis terminan en la Primera Comunión. Ni siquiera debe ser considerada como una meta ni suponer un punto y aparte en el proceso iniciatorio de la fe recibida en el Bautismo. Es necesario que los padres y los niños, junto con toda la comunidad cristiana tomen conciencia de que hay que seguir creciendo y madurando en la fe mediante la catequesis y la participación en la Eucaristía del domingo.
El proceso de iniciación que comenzó en el Bautismo necesita ser fortalecido por el sacramento de la Confirmación y alimentado a través de una participación más viva y conciente en la Eucaristía, sacramento “a lo que tiende toda iniciación” .
“Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal. En efecto, a los bautizados ‘el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras’ ” (CCE 1285).
1. En la última etapa del proceso catequético
El sacramento de la Confirmación, por lo general, en la Iglesia de Occidente y debido a motivos pastorales, se sitúa en la última etapa de la Iniciación cristiana. No puede considerarse este sacramento aislado del proceso catequético. Más bien este sacramento está íntimamente ligado al Bautismo y orientado “hacia una más intensa y perfecta participación en el Sacrificio eucarístico” . El objetivo último de la catequesis, como se ha dicho reiteradamente, no es la preparación para los sacramentos, sino iniciar en la vida cristiana que en los sacramentos se celebra y alimenta.
2. La libertad y consciencia del confirmando
Al preparar la celebración del sacramento de la Confirmación hay que subrayar el “don de Dios” y la primacía de su gracia. Todos los bautizados están convocados para recibir el Espíritu de Pentecostés que los capacita para integrarse más conscientemente en la Iglesia y participar en su misión. Hay que evitar, pues, el recibir este sacramento porque “se hizo siempre”, “para estar en regla”, “porque lo quieren los padres”, “para ser padrino de Bautismo”, etc. Se ha de acceder al sacramento, en la medida en que el candidato sea capaz de hacerlo, del modo más consciente, libre y responsable, incluso si para ello es necesario anticipar o posponer su celebración al momento más adecuado de su etapa vital.
3. La edad de preparación más inmediata y recepción del sacramento
No hay una edad fijada. Depende de la madurez cristiana del candidato. La Conferencia Episcopal Española, estableció en 1984 como edad “la situada en torno a los 14 años, salvo el derecho del Obispo diocesano a seguir la edad de la discreción a la que hace referencia el canon”.
Dentro del proceso de Iniciación cristiana en la infancia y adolescencia, a juicio del párroco, consultados los catequistas y reflexionado en el arciprestazgo, en cuanto a la edad de la preparación inmediata y la recepción del sacramento de la Confirmación, caben tres opciones :
a) En la infancia adulta, después de haber recibido la Primera Comunión y haber continuado el proceso durante tres cursos más. Esta etapa, previa a la adolescencia, es más propicia para una “primera síntesis de fe”. Estaría además complementada por una pastoral de infancia y juventud organizada (movimientos, actividades de Tiempo Libre, etc.) de cara a afianzar el proceso de Iniciación.
b) A partir de los catorce años con una preparación inmediata de al menos dos años, después de haber tenido la catequesis de postcomunión durante tres. De este modo la celebración tendría lugar en plena adolescencia-juventud, culminando todo un proceso continuado de catequesis de Iniciación a lo largo de la infancia-adolescencia, que desembocaría en una integración más adulta en la vida y la misión de la Iglesia.
c) En la juventud o en la adultez (de los 18 años en adelante) para los que han interrumpido este proceso, haciendo un discernimiento previo de sus motivaciones. Así a través de una preparación catequética más intensiva y sosegada, no inferior a un curso, completarían su Iniciación cristiana y se les capacitaría para asumir más consciente y responsablemente su compromiso cristiano.
No obstante hay que contemplar el caso frecuente de parroquias o zonas rurales bastante despobladas en donde no hay confirmaciones todos los años y no se puede organizar una preparación por grupos más homogéneos. Estos casos se estudiarían en cada arciprestazgo de cara a acordar la solución pastoral más conveniente.
4. Objetivos de esta catequesis
1) Crecimiento y maduración de la fe a través de una adhesión y configuración más plena con Cristo.
2) Introducción y participación en el misterio de Dios a partir de la experiencia, el don y la fuerza del Espíritu, y desde el descubrimiento de la propia identidad y vocación.
3) Profundización en el “nosotros” cristiano por una experiencia e inserción más viva en la comunidad.
4) Participación más activa en la misión de la Iglesia, siendo testigos de Cristo y comprometiéndose en el anuncio y realización de su Reino.
En un momento determinado de esta preparación o al final de la misma podría tener lugar la entrega de la Palabra de Dios al confirmando, como expresión de la fe recibida de la Iglesia (“traditio”) y a su vez asumida por el mismo (“reditio”), de cara a la misión profética de anunciar y ser testigo del evangelio de Jesucristo en la vida de cada día.
Para esta catequesis, la Conferencia Episcopal Española ha establecido como catecismo oficial “Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia”.
5. Programación y preparación
La parroquia es el lugar propio de la preparación catequética. Sin embargo, según las circunstancias - zonas poco pobladas, sacerdotes con varias parroquias, etc. - puede llevarse a cabo en la Unidad Pastoral o en el Arciprestazgo, ofreciendo así un testimonio de unidad eclesial y llevar a cabo una pastoral más conjuntada y eficaz. En ningún caso vale acoger en parroquias próximas a adolescentes o jóvenes de Confirmación saltándose las normas y sin previo diálogo con el sacerdote propio.
6. La celebración de la Confirmación
La Confirmación de un grupo de adolescentes o jóvenes es un acontecimiento muy importante en una comunidad. De alguna manera se ha de preparar a toda la comunidad, especialmente a los padres y padrinos de los confirmandos.
La elección de los padrinos se hará conforme al CIC , así como las observaciones del propio ritual de la Confirmación . No obstante teniendo en cuenta las especiales circunstancias de nuestro ambiente, sería aconsejable que el catequista ejerciera esta misión, ya que es la persona realmente significativa ante la comunidad y ante la opción cristiana del propio confirmando.
La presencia del Obispo no se reduce al papel de ministro del Sacramento. El es el signo de vinculación de la comunidad con las demás comunidades de la Iglesia local y el signo de comunión con la Iglesia Universal. Cuando el Obispo, ministro ordinario de la Confirmación, no pueda celebrar este sacramento, lo encomendará al Vicario General o a un sacerdote delegado.
7. La postconfirmación
Con la Confirmación termina la etapa de la iniciación, pero la vida cristiana continúa. Es necesario ofrecer a los confirmados la posibilidad de seguir madurando su fe de iniciados y de ejercer sus compromisos en la vida social y eclesial, incorporándolos a las distintas actividades y movimientos. Cabe destacar la integración en la Acción Católica, el Movimiento Scout Católico (MSC) como monitores y educadores y los nuevos movimientos eclesiales; también una participación activa en el voluntariado de Cáritas, Manos Unidas y otras ONGs de la Iglesia católica, en las actividades educativas de Tiempo Libre de inspiración cristiana, etc. Todo ello en amplio marco de la pastoral juvenil.
La postconfirmación es también una etapa para asumir, con una preparación adecuada, algunos de los ministerios laicales en la Iglesia. En Códico de Derecho Canónico habla de los ministerios instituidos con carácter estable de “lector” y “acólito” (c. 230). Junto a estos ministerios también hay “oficios eclesiales”, “encargos” y “servicios” (c. 226, 228 y 231) que de forma permanente o temporal puede ejercer un fiel laico.